Damos mucha importancia a pensamientos,
creencias, reglas y costumbres que no lo son tanto. Muchas dependen de las
épocas, los tiempos históricos en los que nos hallemos, las culturas o la
propia forma de habernos educado. Lo peor es que se convierten en nosotros en
auténticas leyes que no se nos ocurre ni cuestionar. Pero todo es relativo.
A veces, recriminamos detalles sin
importancia, nos enconamos con procedimientos sin valor, batallamos por
defender “lo inconsistente” y dejamos de lado lo fundamental que ni siquiera
logramos advertir.
Dejo hoy un breve relato muy adecuado
a esta especie de blindaje que la cultura adhiere a nuestra mente y que tanto
nos impide ver aunque miremos.
…”Un monje de gran
devoción e instruido, cruzaba una vez un río en barca cuando al pasar al lado
de un pequeño islote, oyó una voz de un hombre que muy torpemente intentaba
elevar unas plegarias. En su interior no pudo por menos que entristecerse.
¿Cómo era posible que alguien fuera capaz de entonar tan mal aquellos mantras?.
Tal vez, aquel pobre hombre ignoraba que los
mantras debían recitarse con la entonación adecuada, el ritmo y la musicalidad precisos,
con la pronunciación perfecta. Decidió entonces ser generoso y desviándose de
su rumbo se acercó al islote para instruir a aquel desdichado sobre la
importancia de la correcta ejecución de los mantras.
No en vano, se consideraba un
gran especialista y aquellos mantras no tenían para él ningún secreto. Cuando
arribó, pudo ver a un pobre andrajoso de aspecto sosegado cantando unos mantras
con poco acierto.
El monje, con serena paciencia,
dedicó algunas horas a instruir minuciosamente a aquel individuo que a cada
momento mostraba efusivas muestras de agradecimiento a su improvisado
benefactor. Cuando entendió que por fin aquel sujeto sería capaz de recitar los
mantras con cierta solvencia se despidió de él, no sin antes advertirle:
-Y recuerda, mi
buen amigo, es tal la potencia de estos mantras, que su correcta pronunciación
permite que un hombre sea capaz de andar sobre las aguas.
Pero apenas había
recorrido unos metros con la barca, cuando oyó la voz de aquel hombre recitar
los mantras aún peor que antes.
-Qué desdicha -se
dijo a sí mismo-, hay personas incapaces de aprender nada de nada.
-Eh, monje -escuchó
decir a su espalda muy cerca de él.
Al volverse vio al
pobre andrajoso que, caminado sobre las aguas, se acercaba a su barca y le
preguntaba:
-Noble monje, he
olvidado ya tus instrucciones sobre el modo correcto de recitar los mantras.
¿Serías tan amable de repetírmelo de nuevo?.
No han dicho que está bien y qué
mal. ¿Pero es así realmente?¿No será la intención, la actitud y el compromiso
del corazón el que ejerza el poder de discriminar?.
Pensemos en ello.
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