Lo que nos aterra tiene que ver con los miedos inconscientes,
con los temores manifiestos y hasta con los placeres presentes.
Nos aterra perder y nos aterra ganar.
Tememos que lo que nos agrada se nos vaya, que lo que nos asusta
venga y que lo primero sea definitivo y que lo segundo se quede.
Muchos de nuestros miedos y fobias son inexplicables. No sabemos
de dónde vienen, ni por qué. No sabemos a quién culpar ni a quién agradecer.
Estamos perdidos en el túnel del tiempo de nuestro ADN y navegamos por la
historia de nuestra biografía con un saco de temores a cuestas que, muchas
veces, nos vencen.
C. Jung hablaba del “inconsciente colectivo”, ahora se escuchan
semejantes hilos conductores en las denominadas “constelaciones familiares”,
entre otras corrientes.
De lo antiguo a lo moderno, del pasado al presente está latente
la idea de que cuando llegamos a esta experiencia terrenal no lo hacemos solos.
Traemos con nosotros la experiencia, las vivencias y el resultado de toda la
vida emocional de los antepasados ligados a nuestra línea antecesora e incluso,
de la especie humana a la que pertenecemos, en último término.
Parece una losa pesada pensar esto. Determinismo absoluto sobre
el que poco podemos hacer. Sin embargo, no es así. No llegamos solos porque
nunca estamos solos aunque lo parezca. Y lo que se nos revela como un legado en
el que estamos atados, se convierte pronto en un regalo que las generaciones
que nos trajeron hasta aquí, nos prepararon para hacernos maravillosamente
diferentes.
A veces, no somos nosotros quienes respondemos de una forma u
otra; en ocasiones, tampoco los que sentimos rechazo, miedo o fobia ante algo
de forma imprecisa, ni los que manejamos con acierto habilidades exquisitas que
se presentan también como desconocidas.
Para bien o para mal, estamos ligados filogenéticamente a una
especie y biográficamente a una familia.
Jung tenía razón; las corrientes modernas que pretenden dar
explicación a emociones súbitas y espontáneas sin sentido, también. Algo hay en
nosotros que no vemos, algo que presentimos, algo que está presente y se nos
escapa. Tenemos la necesidad de dar explicación a todo lo que nos sucede, a
todo lo que aprendemos y a todo lo que vivimos. En este caso, nos faltan
palabras.
Basta vivir hacia dentro,
cerrar los ojos y sentir que en tu forma de actuar no sólo estás tú. Tus
antepasados te acompañan.
También esta idea puede resultar reconfortante.
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