Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 6 de junio de 2016

TESTARUDEZ EMOCIONAL



En muchas ocasiones nos negamos a abandonar el barco, aunque veamos que se hunde. Nos negamos por lo que hemos invertido en él. Por el trabajo, la pasión, las horas muertas y las vivas, el minucioso cuidado o el mucho empeño.

Hay una testarudez manifiesta en el que invierte. Cualquier inversión, obliga en cierto modo, a esperar los beneficios y si no llegan, a seguir esperando. Sin embargo, las expectativas no satisfechas nos encierran en una especie de olla a presión en la que somos el proyectil.

En realidad, lo que tenemos que lograr es que no nos haga falta lo que no nos hace bien.

Seguramente, si lo pensamos ya hemos obtenido bastante por lo que invertimos. Sueños cumplidos, horas de gozo o momentos inolvidables.

Ellos, por sí solos, ya son beneficios con réditos. Lo que no podemos pretender es que duren siempre porque no  podemos cambiar la actitud de los demás pero si podemos dejar de entrar en su juego, aunque ello signifique salir del círculo en el que quisiéramos seguir con final feliz.

Os dejo un breve cuento al respecto muy ilustrativo.
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El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín visitó la India. Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón. Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comer chiles a dos carrillos. Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca.


Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles. Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo:


-Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento:

-Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba comprando dulces.
Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo:

-Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces. ¿Por qué sigues comiéndolos?

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo:

-Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.

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