Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 11 de julio de 2012

LO QUE NOS DICE LA ENFERMEDAD

Hay enfermedades que no empiezan en el cuerpo pero terminan en él. Nuestro organismo es un auténtico catalizador para las emociones y sus consecuencias. Antes que por ninguna parte, pasan por él después de invadir nuestro corazón entero.
No podemos evadirnos del peso del cuerpo, ni evitar los efectos de lo que se llora desde el alma. No podemos escindir lo que sufrimos, y lo mal que nos sentimos con ello, del pretendido equilibrio orgánico que nos debe mantener en plena forma.
La enfermedad llega. Todo organismo viviente pasa por algún desorden de su perfecta sintonía funcional. En todos se rompe, alguna vez, la perfección de su complejo sistema.  Pero cada cual es único y en esa individualidad solitaria que les afecta, las causas se muestran diferentes al igual que las respuestas a ellas.
Una cosa es enfermar y acoger la enfermedad como una llamada de atención sobre los desórdenes de nuestra vida física y emocional y otra, muy diferente, sentirnos enfermos. Esto último implica impotencia, desolación e imposibilidad de lucha.
Cuando la enfermedad llama a la puerta de nuestro templo debemos dejarla pasar entendiendo su visita como una oportunidad de revisarnos por dentro. Sentémosla a nuestra mesa, dialoguemos a solas con ella, démosla la bienvenida y hagámosla un sitio…no para que se quede, sino para que marche convencida de habernos hecho recapacitar y cambiar de conductas.
Sentirnos enfermos cambia radicalmente nuestra visión del mundo y de la humanidad que nos constituye. De repente, nada es igual. Todo lo que estimábamos como pilar del éxito y el poder pierde valor para convertirse en pequeñas esclavitudes al servicio de la prepotencia estúpida del ego. Un ego que comienza por diluirse entre el anonimato de una multitud de personas que padecen lo mismo y que inmediatamente empiezan a estar cerca de nosotros.
Nada une más que sentirse atado por la misma lacra. Entonces se borran las diferencias de clases, de condición o de raza. Entonces y sólo entonces, empezamos a aprender que lo que importa en la vida es la vida misma y que todo lo demás es una anécdota que pasa muy deprisa sin dejar huella.
Lástima que para llegar a esta conclusión debamos enfermar. Lástima que para aprender tengamos que sufrir. Lástima que no entendamos que los mensajes del cuerpo siempre proceden del corazón que nos mantiene vivos. Él late en el centro del pecho con tanta fuerza que podemos dejar ir a la enfermedad segura y gustosa de haber cumplido con su misión.
La sanación llega cuando nos sentimos otros. Renovados y mejores por dentro. Solícitos y capaces de hacer la vida más fácil y mejor a los demás, por fuera.
El resto se regenera solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario