Sienta
contigo todo lo que te acompaña siempre. Sienta a tus miedos, tus pensamientos
limitantes, tus fantasmas, tus pesadillas y tus demonios.
Sienta
en tu mesa los logros de este tiempo cercano, los intentos fallidos, los
aciertos de pleno. Sienta a tus ilusiones, los sueños que deambulan entre tus
pupilas, lo mejor de ti y los peor del yo.
Sienta
en tu mesa a tu compasión, a tu sentido originario del cuidado del otro, a tu
ternura por el que sufre, a la mención para aquellos que ahora mismo no tienen
nada o tienen mucho dolor.
Sienta
en tu mesa a los propósitos de enmienda, a los nuevos comienzos abandonados, a los fracasos que te hirieron, a tu orgullo y
a tu soberbia. Siéntalos junto a la paciencia, la bondad y tus ganas de encontrar
lo mejor de ti.
Sienta
a tus seres queridos que te ven desde el otro lado, a los peques que juegan
ajenos a lo que el mundo que será su vida, sienta a cada mendigo, cada
inmigrante, cada refugiado que hoy, como ayer o como mañana, pueden estar
muriendo en el mar, en una guerra o en cualquier falta de derecho humano que
les borra de esa consideración.
Siéntate
en tu mesa, con los tuyos o en soledad. Cierra los ojos. Agradece estar dónde y
cómo estás.
Si
no estuvieses bien, sienta a tu mesa la petición profunda desde el corazón de
mejorar en cualquier ámbito en el que estés padeciendo.
Vuelve
a agradecer la vida que has vivido, el tiempo de bonanza, las alegrías y los
goces intensos, los besos, las caricias, el amor que te han dado, el que has
recibido, el que has devuelto.
Siéntate
y enciende tu luz.
El
mundo se moverá con tu intención.
Con
tus deseos, con tus sueños.
Sienta
a tu mesa a tod@s los que desees, a tu lado, en tu frente pero contigo.
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