Hay
veces que tenemos la sensación de perder siempre. La convicción de que eso nos
hace menos capaces y sobre todo la creencia de que nunca cambiará nuestra
suerte.
En realidad, solamente es una mala
pasada de la mente. Nadie pierde siempre. Nadie gana siempre.
La
vida es una escuela. Aprendemos, poco a poco, a recordar lo que hemos olvidado.
Estamos diseñados para mejorar, para superarnos, para remontar las caídas y
para avanzar.
Nos
enseñan lo contrario. Nos hablan de la suerte, del destino y de reconocernos
como menos capaces cuando repetimos errores muchas veces. Nos dijeron lo que
somos y a lo que podíamos llegar o no según nuestros resultados, pero olvidaron
hablarnos de lo que podemos llegar a ser, de la disciplina, el control mental y
la fe absoluta en que las equivocaciones nunca son fracasos, sino oportunidades
de mejora.
Uno
tiene la sensación de menos precio cuando se compara con los demás y sale
perdiendo en esa comparación. En realidad, el único elemento digno de ser
comparado con nosotros es nuestra propia versión anterior.
Somos
uno y somos muchos. Tantos como los que tengamos enfrente logren sacar lo mejor
o lo peor nuestro.
La
persona que te conoce desde un ángulo, desde una posición y desde una
perspectiva tiene una imagen de ti diferente a la de al lado, donde todo
cambió.
Conocerse
a uno mismo es el mayor reto que podemos tener. El mejor proyecto que podemos
abordar. La mejor meta a la que podemos aspirar, pero para eso es necesario que
nos enfrentemos a muchas situaciones diferentes, a muchas experiencias
distintas.
Solamente así podremos observar las versiones que de nosotros mismos
aparecen en cada escenario.
Luego,
míralas de frente, párate y respira.
Quédate
con una para que sirva de colchón a tus emociones venideras.
El
resto, incluidos tus errores no son más que pura ficción.
Tú
conoces tu mejor versión.
Ejércela.
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