Hay
gente que lo tiene todo y curiosamente es la gente que más busca lo novedoso,
lo que no ha alcanzado o lo que es de otro.
Cuando
la vida se presenta cómoda, en muchas ocasiones parece que falta algo. Es como
si a pesar de no tener motivos de queja faltase la magia, la chispa, la ilusión
que nos pone en marcha con millones de ganas de comernos el mundo.
La
pirámide de Maslow no recoge, exactamente como tal, las necesidades emocionales. Habría que
inventar una para ellas.
Comenzaríamos
por poner una base amplia y poderosa en la que se asentaran los afectos de la
niñez. Las luces y las sombras de esa época. Los olvidos y los recuerdos. Las
ausencias y las presencias. Todo lo que constituye el colchón de plumas donde
reposar el alma.
Esta
sería la primera escalera, la de las necesidades básicas de afecto aprendidas
en la infancia.
Seguiría
otro escalón, el de la seguridad afectiva anclada en los padres pero despagada
desde ellos mismos a la vez. Cómo se vivió allí el anclaje a las raíces o cómo
el desapego necesario.
El
tercer peldaño le ocuparíamos con los amores, amistades y deseo sexual
coincidiendo con este autor en que es el punto medio de la armonía interna.
Algo necesario pero no absolutamente imprescindible en todo momento y a todas
las horas. Algo gestionable, posiblemente con fechas de caducidad y
posibilidades de renovación. Pactos del corazón, necesarios pero reversibles.
El
siguiente peldaño le dejaríamos para el éxito afectivo y su búsqueda. Con ello
nos llevamos la autoestima propia, nuestra creencia en la valía que poseemos y
la capacidad de arriesgarnos.
Por
último, coronaríamos nuestra pirámide con la toma de decisiones siguiendo al
corazón. Siendo capaces de hacernos preguntas tales como: ¿Me siento bien con
esta persona o con esta situación?¿mejora algo en mi lo que siento con esto u
lo otro?.
Se trata de la meta- conducta afectiva. ¿Es
válido lo que vivo con determinadas situaciones, personas o hechos para hacerme
más feliz?.
Quedaría
así completo el diseño de este peculiar zigurat capaz de tocar el cielo; porque
cuando uno siente y siente tanto, siempre lo toca.
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