Uno
siempre se cree joven. Se siente así porque el tiempo va pasando pero tú eres
el mismo dentro de ti, con otras experiencias, con adaptaciones a las
circunstancias, con problemas superados
y fracasos no asumidos; con más edad y la misma alma.
Si miramos atrás, muy pronto nos
encontramos opinando sobre las generaciones que nos preceden. Incluso siendo
jóvenes se escuchan comentarios con respecto a los niños adolescentes que
llegan detrás.
Es
como si la vida solamente corriese con nosotros. Nuestra percepción del mundo
nos sigue como una sombra. Para el tiempo nuestro seguimos estando bien,
pensando correctamente y actuando dentro de nuestros parámetros con acierto.
Luego, nos vamos dando cuenta que desde nuestro punto de edad se sitúa también
nuestro punto de mira.
Cada
día mejor, entendemos que la edad y sus consecuencias dependen, en gran medida,
de nuestra forma de enfocarnos en el mundo, de dónde ponemos nuestra atención y
de la manera en que vivimos en un presente activo dejando congelado el pasado
en lo inamovible de su presencia.
Estamos
en la cultura del “cuidado” y es que hemos llegado a la conclusión de que ese cuidado
que se buscaba antes en una pareja, en un familiar o en una amistad, hoy es
nuestra responsabilidad.
El
sufrimiento está en las expectativas. En aquello que yo espero del otro y en si
lo que me da se ajusta a lo que anhelaba o no. Por eso, lo mejor es hacer un
pacto con uno mismo y jurarnos amor eterno.
Cierto
es que una de las sensaciones más bonitas que podemos experimentar es
precisamente la ternura de quien nos cuida. Eso mismo nos enlaza al recuerdo de
la madre. A su incondicional forma de reiterar esa atención que siempre se
centraba en nuestro bienestar.
Ahora,
en este punto de la edad que transitamos, sabemos que somos nosotros mismos los
que debemos encaminarnos hacia la conquista de lo mejor para cada cual; de
aquello que nos de serenidad, que nos aliente a seguir o que encienda una luz
en el interior que ilumine nuestra mirada.
Debemos
alargar nuestros brazos para abrazarnos cada día ya que tengamos personas
amorosas, cercanas o no, si logramos enfocarnos en nuestra felicidad seremos
capaces de compartirla.
En
cada momento, la edad que tenemos es única y por ello irrepetible; digna de rendirle
nuestros mejores halagos con nuestras mejores galas.
Estamos
bien.
Todo está bien.
Todo en el punto que debe estar.
Sin
duda.
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