Solamente se puede enseñar a amar,
con amor. No hay otro código, ni otro lenguaje y por tanto, no hay libro ni
manual de instrucciones.
El primer amor, quien nos muestra
cómo es con toda su fuerza, es la madre, o en su ausencia, la figura más
cercana de intimidad o afecto que nos acompañe cuando abrimos los ojos a la
vida.
Es cierto que nuestra forma de dar
y recibir amor, más tarde, estará muy condicionada por estas experiencias
previas, pero no tanto como para no poder reconducir, con mucho trabajo interior,
la gestión del afecto.
Posiblemente, cada uno buscamos
completarnos; a veces, compensar lo que no se ha tenido o incluso, llenar
vacíos. No son los mejores caminos para establecer una relación pero lo cierto
es que son tan poderosos en nosotros que no podemos evitarlos, al menos en un
principio.
Nadie nos enseñó a amar, como
tampoco nos enseñaron a vivir. Lo único que tenemos son referencias y modelos,
bueno o malos; y después experiencias en las que además de los ejemplos ponemos
en juego toda una historia genética de ancestrales emociones heredadas e
inconscientes.
Este coctel explosivo nos acompaña
de por vida. Vamos sorteando obstáculos como podemos; culpándonos unas veces,
arrepintiéndonos otras y resurgiendo de nuestras cenizas la mayoría.
Algo que en sí mismo que es tan
sencillo y bello como amar se convierte, generalmente, en conflictivo y
problemático.
Desatendemos su cuidado. Dejamos
de “decir”, de “expresar”, de ”dar”, de “pedir”…dejamos de renovar la ilusión.
En vez de mantener encendido el fuego vamos dejando que se haga rescoldo y de
ahí a convertirse en cenizas no va nada.
No nos enseñaron a amar, pero a “
amar” se aprende “ amando”.
No hay más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario