Hay
días en los que uno está en la sombra. Días en los que se va arrastrando parte
de sí mismo, pesadamente, como si se tratase de alguien que llevásemos a
cuestas y del que no podemos prescindir.
Uno
no sabe muy bien que le pasa; o sí. Demasiada carga acumulándose en forma de
sedimento en el corazón. Es como si fuésemos dejando caer ladrillos. Uno sobre
otro y cada vez más pesados. Taponando los orificios de respiración y
asfixiando los canales del aire puro.
Cuesta
tirar de uno mismo y tener que seguir sin ganas.
Lamentamos comentarios que hacemos, nos
indignamos con otros que nos hacen, vamos de aquí para allá tratando de escabullirnos
de la pena, nos afanamos buscando el amor, nos diluimos esperando
reconocimiento…y así vamos tejiendo un día a día en el que a veces somos
invisibles, en las que otros no queremos que nadie nos vea y en algunos, en los
cuales la sombra parecemos nosotros.
Hoy
tengo un día de esos. Me apetece quedarme en la otra orilla esperando que pase
la barca que cruce mi estado de ánimo hacia el otro lado.
Cuando
existe sombra es que en la otra parte hay luz.
Me
dirijo hacia allí.
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