Todo
en la vida es un proceso sin acabar. Uno cree que ya es él y que tal y cómo se
ve, ya no hay más cambios que hacer. Que estamos bien así o que no lo estamos
pero que hemos llegado a lo máximo de nosotros mismos.
Es
mentira. Realmente te queda mucho por cambiar, por años que tengas.
Si
encuentras a una persona que hace mucho que no te ve, seguro que te nota el
cambio que tú nunca notarás.
Cambiamos
y mucho. Lo importante es que no lo hacemos solos, que siempre hay alguien,
pocos o muchos a nuestro lado que ponen su empujoncito detrás de nuestra
espalda para que seamos un poco menos iguales que ayer.
No
sabemos por qué llegan hasta nosotros aquellos que ponen la levadura en nuestra
alma. No llegan porque sí. Llegan por algo y, sobre todo, para algo.
Todo
el mundo es válido. Todas las relaciones lo son. Aún las que no podemos decir
que son buenas, porque al menos sirven como ejemplo de lo que no hay que hacer.
Si
llegan a ser personas de peso en nuestra forma de ver la vida es que algo
tienen que enseñarnos o algo nos van a permitir aprender de ese ser interior
que hay en nosotros y que se manifiesta distinto según quien encuentre.
Pregúntate
si te ves como hace cinco años, diez… en qué has cambiado, de qué forma ya no
quieres estar, que es lo que ha dejado de importarte, qué se ha convertido en
tu pasión.
Mira
la gente que te ha acompañado en este último trozo del camino. Agradéceles que
hayan estado ahí, contigo, cerca o poco pero al menos lo suficiente para que tu
corazón sepa mirar distinto y ver mejor.
Nada
es desechable. Todo ha servido para algo. Por eso ni una sola culpa, ni un reproche,
ni un “si hubiese hecho o dicho”.
Hicimos
lo que debimos hacer. Todo está bien. No hay nada que mejorar, ni ningún pasado
que remediar. Pasó lo que tuvo que suceder.
Ni
un minuto más en la otra orilla. Vete a la tuya. Es la que te pertenece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario