Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 14 de junio de 2016

LA SOLEDAD DEL INTELIGENTE



Cuando hablamos de inteligencia deberíamos comenzar por estar de acuerdo en qué entendemos por ella.

Inteligencia ha sido una palabra entendida de muchas formas distintas. Se llamaba inteligente al que tenía memoria y repetía las lecciones del profesor a la perfección. A ese, se le daba también la mayor nota sin cuestionar que se premiaba la memoria y no la capacidad de resolver problemas en el entorno exterior o en su mundo interior.

En la actualidad, una persona inteligente es la que es capaz de adaptarse a la adversidad, la que encuentra soluciones que resuelven los problemas, desde la óptica que sea, la que cuenta con un bagaje emocional flexible y empático, la que puede utilizar el pensamiento múltiple y dedicar muchos caminos diferentes para llegar a un mismo punto.

En ocasiones, el inteligente es poco social porque no encuentra personas que se le parezcan o se le asemejen.

Pasa de largo de las tonterías, sin dejar por eso de tener sentido del humor. Elogia a los que, vengan de donde vengan, son capaces de ir más allá de lo evidente, de descubrir sendas diferentes, de admitir modelos distintos y de utilizarlos todos para abrirse camino él y  los demás.

Otro rasgo que define a los inteligentes es que se alejan de la masa, de lo que todos hacen, de lo que se lleva o lo que es tendencia porque eso arrastra sin sumar. 

Si te añades a un río es más agua la que lleva, pero en la misma dirección y pasando por el mismo sitio. Si tu agua hace crecer un río nuevo aporta al entorno nuevas fuentes de energía, nuevos y frescos derroteros que siempre, más que sumar, multiplican. 

La soledad del inteligente es amplitud de espacio interior porque a estas personas solo les interesa aquellos que les hagan crecer por dentro, aunque ese crecimiento sea emocional; porque esa es otra, no es inteligente quien más sabe, sino quien mejor utiliza cualquier pequeño recurso que caiga en sus manos y sobre todo en su corazón.

Ser inteligente nada tiene que ver con las matemáticas, ni con tener mucha memoria, ni con saberse una biblioteca. 

Ser inteligente es saber estar dentro de uno mismo para regalarse, a quien merezca la pena, plenamente y con ello cambiar su mundo; el mundo.

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