Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 11 de mayo de 2016

NO NOS LLEVAMOS NADA...



Lo cierto es que no nos llevamos nada. Nada que sea lo que nos llevamos puesto en el alma. 

Las vivencias, las risas, la complicidad, el gozo, el dolor, la tristeza y el llanto. Lo que no se ve ni se toca pero se siente muy dentro. Aquello incoloro, etéreo e incorpóreo pero tan permanente que traspasa de lado a lado la existencia del aquí y el más allá.

Este mensaje tan certero, tan obvio y tan comprensible, aceptado por todos, apenas es puesto en práctica por unos pocos.
Cuando alguien muere nos asalta la idea del valor del tiempo y del escaso mérito de lo perecedero, pero se nos olvida pronto y de nuevo nos enzarzamos en enredos materiales que pensamos tenerlos por siempre y para siempre.

Obrar de este modo es sin duda, estúpido. Necio aquel que muere y mata por riquezas. La mejor y mayor de todas no se puede medir, ni pesar, ni llevar en maletas, ni cargar en aviones.

La herencia verdadera tiene que ver con las actitudes, los sentimientos, las emociones, la compasión y el compartir. Esto es lo que verdaderamente nos hace inmensamente ricos y nos define como indefinidamente inteligentes.

Comparto un breve cuento al respecto.


…”Hace muchos años un poderoso sultán, ya de avanzada edad, hizo comparecer a un santo ermitaño y le dio el siguiente encargo: 

"Quiero que viajes sin descanso de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad hasta que encuentres la persona más tonta. Cuando la halles le entregas este cofre dentro del cual hay un pergamino sellado que hace años me dio un sabio hombre con ese fin." El ermitaño dijo que en nombre de Dios aceptaba ese encargo y comenzó una peregrinación que lo llevó a lejanos países. 

Visitó todos los lugares, conoció infinidad de personas, pero nunca vio a alguien que para él fuera el más tonto. 

Un día se enteró que el sultán había enfermado de gravedad y, de inmediato, regresó al palacio y lo encontró moribundo. Oyó que el sultán repetía esta queja: "Mis riquezas, mis riquezas, las acumulé toda mi vida  no me las puedo llevar conmigo. No quiero dejarlas, no quiero dejarlas, ¿qué voy a hacer sin ellas?" Entonces el ermitaño le dio el cofre al sultán  y adentro se leía esta frase: "Solo hay una riqueza que permanece: EL AMOR"

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