Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 8 de septiembre de 2015

ATRAPADO EN LA RED



A veces te sientes atrapado en una red. Como un mosquito en la mosquitera. Pequeño, diminuto y enredado por millones de hilos tejidos sobre sí.    

Lo peor es que  sigues un camino y penetras dentro. Te parece que es un techo cobertor que te llevará a la gloria. Parece también un pasadizo a otra parte, a un mundo nuevo donde no faltará el oxígeno. Una zona cálida donde reposar por más de un rato.

Y vas entrando lentamente primero, con miedo por si los humanos te tienden una trampa. Pasas más adelante y cada vez te sientes mejor. El ambiente es más agradable, el aroma más intenso, el placer más dulce. 

Vas libando el néctar de las flores que te saludan al pasar. Les das la mano. Besas sus pétalos. Te sientes feliz.

Cada vez, también, vas más deprisa. El pasadizo se torna, de poco en poco, más oscuro. El ambiente cálido se vuelve asfixiante. Algo te rozaba continuamente al pasar entre paredes que se estrechan. 

De repente, no sé cómo fue, algo te golpea. Con fuerza, repetidamente. Comienzas a quejarte pero no obtienes respuesta. Te lamentas y lamentas aunque solamente el eco te devuelva tus gritos.

Sin embargo, una fuerza centrípeta te absorbe hacia dentro. Te has dado cuenta de que has caído en una trampa; cuenta de que tú eres muy pequeño y tus fuerzas escasas. Cuenta, de que por más que luchas contra los deshilachados hilos no puedes librarte.

Pasas así mucho tiempo. Muerto por el dolor, desgarrado por la presión y desolado con tu desesperación.

Algo se acerca a ti. Es una mano. Alguien viene a rescatarte, o eso crees. Estas seguro de que por fin serás libre. No pueden dejarte allí. Qué sensación más agradable sientes en esa convicción.

Una explosión ensordece tus oídos. Es como si se hubiese caído algo muy cerca, como si un grandísimo estruendo intentase aplastar la red contra el suelo.
¡Oh no! Era a ti a quien buscan. Eres tú el que debía haber quedado debajo de aquella palmada. La mano no vino a salvar tu delicado cuerpo si no a llevárselo para siempre.

En ese momento recuerdas quién eres. Eres un mosquito que tiene un gran poder. 

Solamente tienes que alargar tu aguijón y penetrar su piel.
Lo piensas largo rato. Sientes pena por aquel gigante que tan poco puede contra ti. Pero al instante vuelves a sentirte desplazado por el aire que otra de sus palmadas te da muy cerca.

No esperas más.

 Lo haces.

Eres libre.

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