Uno de los deseos más profundos que todos tenemos es que nos
quieran. El amor es una especie de deseo universal por el que todos decimos
vivir, luchar y hasta morir. Sin embargo, me voy dando cuenta de que lo más
importante y previo para que el amor fluya, es permitirlo.
Esto que acabo de decir parece algo obvio. ¿Quién no va a
permitir el amor?. Realmente, creemos que nadie se niega al amor, que lo
deseamos tanto que en cualquier momento estaríamos dispuestos a recibirlo o a
no dejarlo marchar. Pero las cosas no son así.
En muchas ocasiones, el amor nos roza y no le dejamos
entrar. Para que se acomode en el alma hay que sacar afuera el rencor, la
envidia, el recelo y sobre todo, el miedo. Tenemos terror al amor. En ocasiones,
la mayoría es una autodefensa. ¿Pero realmente tenemos que defendernos de él?.
Por supuesto que no. De lo que hay que defenderse es de los temores propios, de
la falta de confianza en uno mismo y de la baja autoestima que todo lo empaña.
Dejar que te quieran es equivalente a permitir el amor. Realmente, si dejas que el amor suceda, si le abres el
camino…se acercará a ti. No hay ni
siquiera que estar preparado porque nacemos capacitados para amar. A eso no hay
que aprender pero si hay que quitar los obstáculos que vamos poniendo en el
camino, día a día, cuando vamos creciendo.
Cuando decimos “Te amo” estamos ejecutando una acción que se
termina en sí misma. Si lo cambiamos por “te estoy amando” logramos proyectarla
en un presente continuo siempre inacabado. Amar es un verbo sin terminar, una
acción sin límites que nunca debe pasar a ser sustantivo. El estatismo está
reñido con el amor. Éste siempre es dinámico, cambiante, y camaleónico. El amor
nunca es el mismo. Para ser amor de verdad
tiene que pasar por la mayor prueba de fuego, transformarse a cada paso,
ir pegado a la piel del amante y seguir su capilaridad.
Dejar que te amen es tan placentero que se nos olvida
responder con lo mismo y, a veces, nos acomodamos a recibir y restringimos lo
que damos. Es una especie de egoísmo instintivo que responde a dejarnos llevar
por el delicioso gusto de sabernos queridos y la rácana costumbre de pensar que
el resto necesita menos amor que nosotros.
De poco vale que nos
quieran si no dejamos que ese amor nos cale y impermeabilice nuestro corazón de
forma que nunca llueva sobre mojado.
Yo amo mucho. Pero
también dejo que me amen y lo recibo siempre con un inmenso agradecimiento.
Tanto que saber que me quieren, me basta para abrir la puerta que de acceso a
la cámara sagrada del amor que todo lo puede.
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