Cuando
todo parece ir mal lo único que puede devolvernos a nosotros mismos y a nuestro
centro es la calma. Posiblemente es uno de los estados más difíciles de
conseguir. La mente no para de hablarnos. Continuamente incide en aquello que
más nos preocupa, pero sobre todo tiene una extraordinaria facilidad para
agrandar los problemas y distorsionarlos. Y en medio del silencio se alza
poderosa para arremeter de nuevo con lo que nos asola.
La
calma no es más que esa espera por lo que parece urgir, ese parar un rato para
tomar aliento. El momento de quedarnos fuera de la maraña de cuestiones que nos
invitan constantemente a la pelea. La toma de asiento en un lugar apartado del
bullicio donde se dirime el premio o el castigo.
Sería
bueno poder detenernos y respirar. Libre y abiertamente. Dificultosamente,
seguro en un principio, pero plácidamente más tarde cuando logremos automatizar
el hábito de mirarnos desde el exterior.
Muchas
veces aludimos a meternos dentro, a replegarnos sobre nuestras costuras y a
mirarnos así, desde lo íntimo. Pero cuando la necesidad es la calma…tal vez
debamos hacer el esfuerzo de ser espectadores de lo que somos y mirarnos
detenidamente con los ojos de otro. Entonces entenderíamos que estamos girando
en una espiral centrífuga que nos devora y que ya no nos dejar responder como
nosotros, sino como ese ser en el que nos hemos transformado después de
sucumbir a lo que tememos.
Si
lográsemos vernos con la capacidad de protección que tenemos para los que
amamos nos hablaríamos rápidamente dándonos consejos para no enfermar. Porque
lo que primero responde a las angustias del alma son los órganos del cuerpo.
Ellos también se quejan. Estoy segura. Miremos si no qué nos duele últimamente
y revisemos en qué se centran nuestras preocupaciones, posiblemente seamos
capaces de elegir nuestra salud antes que dar la mano a la bronca interior para
entrar en una contienda permanente que a lo único que nos lleva es a morir en
silencio, una y otra vez, hasta que la muerte se acopla a las espaldas y viaja
con nosotros.
Visualicemos
un mar en calma y en medio de esa placidez sintámonos capaces de dejar este
rinconcito en un apartado de nuestra mente. Siempre estará esperándonos cuando
decidamos salirnos fuera y buscarnos en otro sitio.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa posición del testigo, del observador. Difícil de conseguir sin trabajo introspectivo y sin crecimiento espiritual.
ResponderEliminarUn beso grande
James muy buena observación, efectivamente para ser observador hay que, previamente, haber estado dentro...muy dentro.
ResponderEliminarUn beso enorme y gracias por estar presente!
Tienes toda la razón. Cuando enfermamos damos oído al último grito. Escuchando esa voz de alarma, podremos averiguar cuál es el error que nos conduce a la "bronca"; generalmente un ego bien armado y dispuesto a luchar a ciegas. Es ahí cuando vemos que ir de la mano de nuestro corazón no es tan grave, ni es sensiblería, sino un potente y firme brazo que nos guía por amor a nosotros mismos.
ResponderEliminarMuchos besos Flor y Nata. Te leo.
Gracias Xara, se que estás ahí!!. Muchos besos para ti también!!!
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