Todos los duelos son difíciles, tristes y demoledores, en un principio. Más tarde, cuando la pérdida se asienta en el corazón, van permitiendo vivir con más calma, recoger lo que nos enseñan y poner en práctica mayores dosis de compasión de las que teníamos antes de vivirlos.
Sin embargo, necesitamos diferenciar los “duelos”, porque si algo es cierto es que los que se ligan a la muerte cierran ciclos. Terminan con resolución; finalizan sin remedio a la reposición. Esos que duelen tanto, pueden transformarse, con el tiempo, en una posesión perpetua de lo que se ha ido, en el alma de cada uno. Lo peor, lo más terrible aún que éstos, son los “ duelos de vivos”.
La pérdida de lo que amamos y sabemos que vive pero que ya nunca compartirá nuestros afectos, la ligazón que unía a los corazones, los roces de la piel, las sonrisas cruzadas con miradas cómplices y el simple tono de la voz incluso arengándonos sin culpa, porque al menos eso era una señal de cariño.
La muerte arrebata lo amado sin que podamos hacer nada, nadie. La traición, la pérdida, el abandono…ese duelo sí que puede no terminar, no se cierra, no concluye, nunca se sella porque la persona sigue existiendo; está ahí, pero no para nosotros.
Lo que he denominado “ duelo de vivos” tal vez no se transforme nunca en aceptación, en renuncia y el abandono del dolor se complica. En este caso el tiempo ni siquiera ayuda. Trasladamos los afectos a otras personas, queremos esculpir lo que sentíamos cuando estábamos con aquello que perdimos a otros marcos, pero como si fuese aceite flota por encima de las inventadas ganas de ser feliz.
Hay que reinventarnos a cada paso, necesitamos vivir con el fantasma de lo que se fue sin que llegue a dominarnos, dialogar con él, lanzarle los darnos del veneno que nos inoculó su ausencia y a pesar del dolor, seguir la vida.
Todo pasa dentro, lo bueno y lo malo. Lo más importante es que sea nuestro íntimo secreto y que nadie más sepa de ello, porque saberlo quien ha sido la causa de nuestros desvelos sería su victoria sobre nosotros o por el contrario, de no conocerlo nunca, la nuestra sobre el duelo por quien aún vive.

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