Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGOS LITERARIOS

ANTERIORMENTE:

 

.-Mario Grijosa, ¿verdad?...

.-Sí…, yo puedo dárselo.

.-Firme aquí… me dijo, señalando a una pda ajada y pequeña, mientras sostenía un paquete de tamaño mediano con una etiqueta cuyo texto estaba en un extraño idioma que no reconocí.

.-¡Cuidado señora…es un paquete delicado!.- y diciendo esto, lo dejó en el suelo con suma consideración.

Extrañada, temerosa y estupefacta me quedé inmóvil mirando aquel misterioso paquete que yacía en el suelo esperándome…

 

 

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Levanté el paquete suavemente, en el fondo temía que su contenido fuese explosivo o contuviese algo delicado y peligroso.

 




Pesaba poco. Algo dentro de él se movía cómo si se tratase de varios objetos pequeños. Lo llevé a la mesa del salón y fui en busca de algo afilado para abrirlo.

 

Mientras tanto mi hermano se había escurrido en su sillón y estaba a punto de caerse. Con aquellos ojos clavados en el techo, su mano izquierda aferrada al tiempo de aquel reloj que tampoco soltaba y sus piernas encorvadas cerca del suelo, parecía el retrato de un espectro sin vida   que anunciaba la muerte.

 

Algo oí que intentaba decirme, mientras intenté echarle definitivamente al suelo. Necesitaba recuperar aquel trozo de papel caído bajo el sillón y ver el contenido del paquete. Un rompecabezas cada vez más difícil de resolver.

 

Ya en el suelo, acerqué mi oído a su boca. El hedor de su aliento me hizo retroceder levemente para captar su imperceptible tono de voz. Repetía una palabra incansablemente, “Noreta”, “Noreta”…

Y de pronto, dejó de hablar. Sus manos se abrieron y su cabeza se ladeó sin vida. Estaba volviéndome loca. Nerviosa, sin saber qué hacer y con la angustia de estar en el centro de una encrucijada. Cogí aquel reloj de bolsillo que había dejado de apretar y traté de mover el sillón para recuperar el trozo de papel.

 

         El aplastante silencio de la muerte me impelía a huir de aquel lugar cuanto antes. No podía llamar a la policía, tampoco a los servicios de emergencia. Todo me hacía partícipe de una extraña muerte de la que yo tenía bastantes razones para querer.

 

         De inmediato, arrastré el sillón con mucha dificultad por su gran peso y porque uno de sus laterales chocaba de plano con el cuerpo inerte de Mario. Aún así pude agacharme y estirar el brazo hasta alcanzar aquel diminuto esquinazo de lo que parecía un plano muy rudimentario. Me apresuré a coger el reloj de su agarrotada mano y me dirigí, sin demora a por unas tijeras que cortasen el cartón del paquete. Ya frente a él, comencé apresuradamente a rasgar la cinta que pegaba sus laterales. No pude, sino dar un grito ahogado a ver su contenido…

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