A veces, lo mejor que te puede pasar es que no te pase nada. Puede sonar conservador, inmovilista y hasta rancio pero lo cierto es que la vida pocas veces te sorprende con agrado, con luces de colores y con cambios maravillosos que no puedes creer.
La mayoría de los empujones de la vida cuestan trabajo de superar. Hay que reorganizar el día a día, volver a comenzar en tantas cosas, disponer la mente de otra forma y olvidar rutinas. Esas mismas que nos ayudaron tantas veces a seguir, hoy no sirven.
Sin embargo, y por mucho que nos empeñemos en lo contrario, la vida es movimiento y cambio. Nada se detiene. Nada está siempre en el mismo lugar ni de la misma forma. Cada segundo somos otros. Todo ha cambiado hasta biológicamente hablando. Y no nos damos cuenta o no queremos que así sea.
Cuando tienes que enfrentarte a un nuevo reto que implica un cambio de vida, entonces tu cerebro se coloca en estado de alerta. En el fondo, éste solamente quiere sobrevivir de cualquier forma y va a ayudarte a que así sea.
Por muy duros que sean los cambios, por muy mal que te sientas ahora, por muy difícil que parezca todo, un día todo volverá a asentarse y lo hará sin ser definitivo tampoco, porque nada lo es.
No te asustes ante lo que ha de llegar. Deja que suceda. La vida lo recolocará con seguridad y esa sensación de angustia e impotencia se convertirán, otra vez, en un estado de calma que te dará sosiego de nuevo.
Espera. Con paciencia. Con esperanza. Con plena confianza en que así será.
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