Confundimos
un término con otro muchas veces o intentamos conseguir, con uno el otro, en
otras muchas.
Lo que tiene valor nunca tendrá
precio. No habría para pagarlo porque no está en venta, solamente está
disponible como regalo.
No tiene precio unos ojos que miran al
fondo de otros entregándo todo el amor que cabe en el corazón.
No tiene precio el roce de una mano
cuando otra te acoge con ternura para demostrarte: “aquí estoy para ti”, “ no
temas, mi fuerza es la tuya”.
No tiene precio sentirte cuidado,
estar pendiente de lo que te pasa, sentir tu dolor como mío, soñar el amor como
lo solo lo hace el número uno aunque seamos dos.
No tiene precio que llamen a tu puerta
cuando lo necesitas y no tener que decir nada porque sabes que lo tienes todo
solo con la presencia.
No tiene precio que las lágrimas
afloren por tus mejillas y tengas cerca alguien
para apretarte contra sí aliviando tu dolor.
No tiene precio callar las palabras
iracundas cuando las de otros o sus acciones no sean lo que se espera.
No
tiene precio mirar de frente cuando lo fácil sería mirar a otro lado.
No
tiene precio comenzar de nuevo cuando todo es ruina y contar con unos brazos
ajenos para reconstruirlo.
No
tiene precio contribuir a convertir en huellas las heridas del corazón.
No
tiene precio estar rota y saber que tienes el pegamento que te devolverá la
imagen.
Nunca
tendrá precio poner nuestra voluntad, nuestras ganas y nuestro entusiasmo al
servicio de los que sufren, los que más lo necesitan o los que están
desesperados.
Nada
de lo que se hace desde el alma tendrá precio nunca aunque se crea haber pagado
por ello.
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