A veces, estamos en una espiral en la que cuánto más queremos salir
más nos adentramos. Lo peor es tener los recursos y no emplearlos, conocer los
caminos de salida y no poder mover los pies.
A veces, hacemos algo
o a alguien el centro del mundo; de nuestro mundo y de nuestro plan. Nos
implicamos en exceso, nos diluimos en un caldo que nos quema siempre, pero que
seguimos bebiendo. Parece que hubiese una especie de placer en el dolor que se ejecuta indefectiblemente cuando se
acciona el mecanismo.
Nos preguntamos…y
¿cómo se pone en marcha el trasiego de enredarnos en lo que sabemos que nos
traerá mil y un dolor de cabeza?.
Es muy sencillo. Hemos
probado algún tipo de placer ligado a situaciones o personas en las que nos
quedamos apegados y se produce un anclaje en el cual se dispara el dispositivo.
Buscamos más de lo que nos gustó. Esperamos que llegue. Confiamos qué pase.
Minimizamos los costes, magnificamos la rentabilidad y buscamos
siempre la dosis de felicidad que, en algún momento, llegó a nosotros.
Tener los ojos abiertos, los pies en la tierra y la cabeza sobre
los hombros no sirve de nada cuando estamos incrustados en la diana. Somos el
blanco, su centro y la máxima puntuación.
No se me ocurre nada más que tomar distancia. Accionar el botón de
parar aún en pequeños detalles.
Si tu impulso te impele a la acción a favor de tu espiral, páralo.
Detente, espera. Date tiempo. Da tiempo al ovillo para convertirse en una línea.
Después camina por ella. Lenta y pausadamente.
Huele cada soplo de viento que
meza tu cara. Aspira la luz que inunde tu mente.
No te culpes.
Sigue adelante.
Siempre te espera la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario