Estamos comenzando
el año y es tiempo de pensar en cómo somos, de qué forma actuamos, en lo que
somos, en lo que decimos y sobre todo en la coherencia entre todo ello.
Otro análisis que
debemos acometer es poner en cuestión nuestras creencias, nuestra forma de
defender aquello de lo cual no nos movemos, de esa manera de aferrarnos a la
frase “…Yo llevo todo por el libro”…pero, ¿de qué libro hablamos?¿del
nuestro?¿del de enfrente?¿de uno general que se da por bueno?...
A veces, el
resultado de estas reflexiones es que estamos muy llenos de nosotros mismos, de
estereotipos inamovibles, de pensamientos que nos asfixian pero que no soltamos.
De estupideces, en definitiva, en un mundo en el que el cambio es lo único
seguro.
Veamos esta
reflexión que nos ayudará a entenderlo.
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“En cierta ocasión, un
hombre de gran erudición, fue a visitar a un anciano que estaba considerado
como un sabio. Llevaba la intención de declararse discípulo suyo y aprender de
su conocimiento. Cuando llegó a su presencia, manifestó sus pretensiones pero
no pudo evitar el dejar constancia de su condición de erudito, opinando y
sentenciando sobre cualquier tema a la menor ocasión que tenía oportunidad.
En un momento de la
visita, el sabio lo invitó a tomar una taza de té. El erudito aceptó,
aprovechando para hacer un breve discurso sobre los beneficios del té, sus
distintas clases, métodos de cultivo y producción. Cuando la humeante tetera
llegó a la mesa, el sabio empezó a servir el té sobre la taza de su invitado.
Inmediatamente, la taza comenzó a rebosar, pero el sabio continuaba vertiendo
té impasiblemente, derramándose ya el líquido sobre el suelo.
-¿Qué haces insensato?
-clamó el erudito-. ¿No ves que la taza ya está llena?
-Ilustro esta
situación -contestó el sabio-. Tú, al igual que la taza, estás ya lleno de tus
propias creencias y opiniones. ¿De qué te serviría que yo tratara de enseñarte
nada?.”
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