Lo he pensado muchas veces. ¿Qué es más
importante: estar entusiasmado/a o sentir paz?.
Lo cierto es que no tiene por qué ser incompatible, pero también es verdad que
efectivamente tanto las emociones muy elevadas en intensidad, por agrado, o las
muy devastadoras, por lo contario, nos alejan del centro de equilibrio. Y en el
equilibrio está la clave para sanar muchas dolencias emocionales.
Mucha gente no busca la paz, pero tampoco quiere lo contrario. Sin embargo,
estamos en una sociedad, y en una cultura, que nos empuja a la prisa, a
la ansiedad y al ruido.
Todos damos muchas voces, a todos nos gusta
que la nuestra se oiga por encima y con ello creemos estar en una proporción
mayor de la razón. Cuando nos quedamos solos, cuando escuchamos el silencio,
nos asustamos.
Salimos despavoridos en busca de ruido o ponemos la televisión para que algo
nos acompañe. Todo menos quedarnos a solas con uno mismo porque entonces
nuestros pensamientos son aún más habladores y altisonantes y nos devoran sin
querer.
No sabemos estar solos. No queremos. La soledad siempre está tildada
peyorativamente. Es un sinónimo de rechazo, de no aceptación, de tener pocos
amigos, de que la gente nos quiere poco. De estar condenados al ostracismo con
nosotros mismos y a morir con los sonidos del interior.
Efectivamente hemos de conquistar la paz. Es muy simple y complejo a la vez. Se
necesita valentía y sobre todo una actitud compasiva para con la vida y
nosotros mismos.
Tenemos que desaprender la importancia de
ser la guinda en la tarta, de ser quien destaca aún sin motivo, de permanecer
en el centro del bullicio como premio a una personalidad narcisista y
competitiva aprendida en la jungla en la que se ha convertido la vida.
Hay que amigarnos con el silencio, con la
observación, con ese pasar suave sobre las circunstancias; no dejar que nos
arrastren, sino caminar junto a ellas sin miedo pero sin temeridad.
Conquistar la paz equivale a poner fin ante
el temor de estar a solas con uno mismo y estar bien. Respirar profundo, sentir
que todo está en orden; en el orden que establece la naturaleza de nuestro
espíritu aún sin saberlo.
Probemos a respirar un poco de ella.
Probemos a exhalar aquello que nos oprime, angustia o entristece. Probemos a
sustituir el bullicio por silencio sonoro y las luces de neón por luz solar
brillante y cálida sobre nuestra piel.
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