Pocas
impresiones son tan intransferiblemente agradables como meternos entre unas
sábanas recién colocadas.
Se
siente una sensación magnífica de estrenar el espacio en donde vamos a
cobijarnos. La frescura y tersura de la tela se adapta a nuestro cuerpo con el
frágil y gracioso regalo de ofrecernos la emoción de estar dispuesto para
nosotros. Una delicia que deberíamos saborear más.
En
la vida, lo nuevo, aquello que estrenamos siempre nos aporta esos mil matices
diferentes que no conocemos y que antes de convertirse en rutina, nos darán la
sensación de bienestar que tanto nos gusta. Por eso es tan agradable estrenar.
Sin embargo, son sensaciones efímeras porque pronto lo que estamos deseando
sentir se convierte en conocido y sin perder sus bondades, deja el pódium para
otra cosa.
También
es cierto que lo conocido nos deja instalados en la comodidad. Los viejos zapatos
adaptados a nuestros pies, ese pantalón ya rozado que sabe donde están nuestros
michelines, el jersey que se ha hecho grande de tanto estirarlo en nuestras
guerras con nosotros mismos… todo ello, lo conocido, también significa
comodidad aunque no aporte sorpresa.
Las
sábanas recién estrenadas son una experiencia magnífica. Reclaman todos los
sentidos. Huelen diferente, parecen de distinto grosor, amplían el espacio
sobre el cual nos recolocamos una y otra vez y nos dan el mensaje de la
necesidad de comenzar, con la disposición mejor, todo lo que llegue a nuestra
vida para renovar aquello que debe ser lavado, renovado o sustituido.
Me
gusta disfrutar de las pequeñas cosas. Gozar de placeres simples.
Éste
es uno de ellos, para mí.
Acuérdate
de sentirlo la próxima vez que te metas en una cama con sábanas limpias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario