Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 25 de abril de 2018

SOMOS INVISIBLES



Para mucha gente, para la mayoría, para los importantes, para los que no lo son, para mucha parte de la propia familia, para los vecinos e incluso para los que llamamos amigos, somos invisibles.

          Es muy penoso pero los demás no nos ven, nosotros no nos dejamos ver o tampoco vemos. Es una especie de círculo infinito en el que reclamamos afecto, contacto y compañía pero no hacemos nada por cuidarlo, reclamarlo, motivarlo o abonarlo.



          Hoy, mientras cuidaba la gatita de mi vecina recién fallecida pensaba lo cerca que habíamos estado, separadas únicamente por una pared, como si de una habitación de la casa se tratase, y qué poco nos dedicarnos a conocernos. 

Personas que pueden ser y seguro serán fantásticas, que están a la vuelta de tu vida diaria, que oyes su voz, sientes sus pasos y vislumbras sus movimientos pero no conoces su vida, sus sentimientos, sus dolencias o sus bondades. 

Es algo parecido a lo que pasa con el amor. ¿Quién nos dice que el “ amor de tu vida” no está al otro lado tuyo. Cerca, pegando, encontrándote a diario o saludándote frecuentemente. 


No sabemos nada de los “otros”; nadie sabe nada nuestro.

En realidad, vivimos aislados. Plantas de edificios enteros donde la gente entra y sale del ascensor y mete la llave en su puerta rápidamente, pero que no conocemos en absoluto y que no hacemos nada porque así sea.

 No sabemos si nos necesitan o si nosotros podemos necesitarlos a ellos. Es todo como un imposible. Vivimos, pase lo que pase, dentro de nuestra burbuja. Cerramos la puerta y echamos la llave. Allí terminó todo para los demás y empezó todo para nosotros. 

Tal vez la soledad, la angustia, el dolor, la impotencia, los malos tratos o la felicidad y la plenitud. De cualquier forma, placeres y sufrimientos solitarios porque lo que si se nos da muy bien es ponernos una sonrisa al salir de casa y saludar, brevemente, al vecino para irnos más deprisa.

Estoy en un momento en el que quiero pararme a observar y a observarme. Se aprende mucho del silencio y de la mirada que ve más allá de las apariencias.

Estoy convencida de que nos perdemos muchas cosas buenas de los otros y ellos nuestras.

Estamos demasiado empeñados en que todo parezca perfecto, en que “no pase nada”, en que “todo esté bien”… en definitiva, en que nadie conozca lo que nuestro corazón sufre o las alegrías que nos impulsan a seguir.

Probemos a fijarnos más, a tender más la mano, a mirar a los ojos mientras nos saludamos. 

Seguro que pasaremos un poco más allá del saludo rutinario y huidizo. Seguro que nos invadirá una sensación más plena cuando el “otro” nos devuelva lo mismo.

Estamos demasiado solos en compañía y esa es la peor de las soledades. 

Sin duda.

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