Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 1 de febrero de 2018

CUANDO TODO ESTÁ MUY MAL



Cuando todo está muy mal solo queda que todo se ponga bien.
Imagina lo peor que puede pasarte. Supón que va a pasar. 

Entonces, rápidamente experimentarás una serenidad que te aliviará al instante porque habrás aceptado que de ese punto no puede pasar.

Las veces que en mi vida las cosas han estado muy mal, me he hecho el propósito de ir paso a paso, día a día procurando no alimentar los fantasmas de mi mente, ni las fortalezas de mis temores.



¿Qué puede pasar?¿Que todo se derrumbe?...demos espacio al pensamiento. Abramos canales de aireación para la mente. 

Respiremos profunda, lenta y repetidamente. Tengamos el odio sujeto y la rabia encarcelada. Seamos sensatos y filtremos la ira.
Muchas veces te suceden cosas que no podrías ni haber pensado nunca. A ti o a los de tu alrededor. Circunstancias que no están dentro de tus previsiones, que te descolocan y que se salen de lo llamamos “la vida normal”; luego uno piensa que en realidad, si no queremos sufrir debemos aceptar que todo es cambio continuo y que nada en la existencia es matemático ni predecible.

Las abuelas de antaño aludían a “las vueltas que da la vida” y con esa frase dejaban resueltas horas de angustiosos pensamientos que ahora nosotros nos fabricamos.

No queremos sufrir. A nadie le gusta ser devorados por la tristeza, la angustia o el desencanto. Sin embargo, muchas veces nos metemos en el ojo del huracán sin darnos cuenta y cuando pretendemos tomar las riendas es tarde. 

Lo peor es que no somos células aisladas, sino que  a nuestro alrededor hay otros entes vivos que se entrelazan con nuestra vida  que sufren las consecuencias.

Todo lo que hacemos o decidimos, afecta a alguien más. Posiblemente no seamos conscientes o ni nos preocupe porque suponemos que sobre nuestra vida solo decidimos nosotros. Y tiene que ser así.

 Las consecuencias, sin embargo, serán siempre compartidas.
Es algo semejante a cuando conducimos. Creemos que toda la carretera está disponible para nosotros si somos capaces de dirigir bien el coche y no contravenir las normas que protegen a todos. Pero no es así. Siempre dependemos de los demás, de lo predecible o de lo impredecible.

Puede conducir un loco o alguien con una gran dosis de alcohol o drogas; puede que al de enfrente le suceda un accidente cardiovascular o que se despiste cogiendo algo de la guantera. Puede que esté deprimido y quiera terminar con todo o tal vez demasiado eufórico y su celebración le descoloque. Nada de esto es nuestro y sin embargo, arremeterá contra nosotros.

Quiero pensar que la vida tiene un plan para cada uno y que en ese plan ya están contempladas las consecuencias para los demás que nos rodean.

 Esa especie de determinismo me deja, a veces, un poco más tranquila porque es como no poder hacer nada más. Solamente dejar fluir lo que tenga que suceder y aceptar lo que venga.

No hay otro camino.

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