Muchas
veces estamos así, sin ganas de nada. Confusos, abrumados por los problemas, incapaces
de reaccionar y cansados de esperar. Posiblemente estemos hartos hasta de
nosotros mismos, de vernos siempre enredados en los mismos ovillos, de saber de
qué forma nos equivocamos y caemos de nuevo, de repetir errores y de sumar equivocaciones.
A
veces, nos hace falta una revolución que nos sacuda, que cambie el rutinario
ritmo de los días, que nos ponga el mundo del revés y logre que cada polo sea
el contrario, por algún tiempo.
Cuando
necesitamos un cambio tenemos que dárnosle.
Debemos escuchar a nuestro cuerpo y
a nuestra mente. Debemos sentir cómo nos piden salir del pequeño hueco que
ocupamos para sentir diferente, pensar distinto y hacer cosas nuevas.
El
inmovilismo es cómodo aunque conlleve un alto precio. Nos limitamos a lo
conocido, a lo de siempre, a lo que a pesar de empujarnos a desear otras cosas
nos instala en más de lo mismo.
Estamos
hechos de costumbres; de hábitos y de rutinas. No es difícil pensar que
realmente este procedimiento puede desmontarse invirtiendo las formas, maneras
y modos de actuar.
Introducir
algo diferente al día. Pequeñas cosas. Tal vez cambiar de ruta al dirigirnos al
trabajo. Posiblemente, usar nuevos aromas. Quizás introducir paulatinamente lo
que de verdad nos gusta; aquello a lo que nunca nos atrevemos. Lo que nos
asusta pero deseamos.
Puede
que solamente logremos dar una pincelada diferente al día a día, pero será
suficiente para salir de la parálisis a la que a veces nos vemos sometidos
abrumadoramente.
Merece
la pena intentarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario