Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 25 de octubre de 2016

CÓMO SUPERAR NUESTRO TALÓN DE AQUILES



Siempre se está aprendiendo. Quien se considere sabio es un necio. 

No entiendo la prepotencia, en nada. Nadie es más que nadie, ni por tener esto o aquello sobrepasa a los demás.

En realidad, lo único que para mí es importante y hace singulares a las personas es su bondad, su paciencia, su compasión y su capacidad de amar.

Se aprende de muchas maneras. La vida te enseña quieras o no. Y en caso de empeñarte en no aprender te hará repetir la lección.

Cada uno tenemos un ámbito en el que mostramos debilidad; nuestro talón de Aquiles, ese punto en el cual resbalamos sin remedio. Ahí hay que centrar la atención y poner voluntad. 

Conocerlo es ya ponernos en el camino de la superación. Eso sí, al igual que el protagonista de esta historia, necesitamos también compasión por nosotros mismos hasta lograrlo.

Veamos.
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Un joven, preso de la amargura, acudió a un monasterio en Japón y le expuso a un anciano maestro:

—Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?.

—¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? —preguntó el monje.

—Sólo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.

El maestro llamó entonces a otro monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada que brillaba al sol.

—Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes, te cortaré la cabeza con esta espada; y si ganas se la cortaré a tu adversario.

Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando la partida de su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte. Entonces miró de reojo al monje. Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal...

Y de repente se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... Iba a perder. Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.

—No hay vencedor ni vencido —dijo—, No caerá ninguna cabeza.

Se volvió hacia el joven y añadió:
—Dos cosas son necesarias: la concentración y la piedad. Hoy has aprendido las dos.


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