El
pasado no existe. Es un tiempo que espiró; un momento que sucedió y no está. Es
tan solo un recuerdo.
¿Por
qué le damos tanto valor entonces?. Ni más ni menos que porque le hacemos
presente, le damos existencia real en cada momento que volvemos a él y lo recordamos
y revivimos como si en realidad nos estuviese volviendo a pasar.
El
problema está en el recuerdo. ¿Cómo recordamos tal cosa que nos hizo daño; con
el miso dolor?¿Cómo visualizamos las escenas que nos molestaron; con la misma
intensidad?. ¿Cómo nos vemos dentro de él; con la misma ingenuidad?.
Lo
importante está en la calidad del recuerdo. Por una vez, es mejor que no sea
buena. Si nos referimos al pasado buscando el perdón de personas y situaciones
también hay que apelar al recuerdo. Recordar sin rencor; esa es la clave y el
barómetro para ver si hemos perdonado o no, en nuestro interior. Y si
descubrimos que efectivamente es sin rencor, entonces hay que soltar, dejar ir…no
volver a hacerlo presente, despedirse de ello y dejar que las buenas vibraciones
lo acompañen.
El
pasado está unido al presente y este al futuro. En realidad no hay secuencia
temporal, todo es uno y simultáneo. Mientras digo que estoy en el presente se
convierte en pasado y a la vez lo siguiente es ya futuro.
Miremos
el pasado como un recuerdo no como una realidad viva que se manifieste
inmediata. No lo traigamos si nos hace daño, no le demos vida a lo que ya no la
tiene. Dejemos que se pierda como una estela fugaz detrás de nuestra
inmediatez, del aquí y el ahora que es donde está nuestra vida.
En
el instante presente. En el soy ahora.
No
hay más.
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