Hay
muchas formas de haber vivido la niñez. Amados, ignorados, repudiados,
silenciados, integrados o desplazados. Protegidos o desvalidos. Descuidados o
sobreprotegidos.
En
todas las situaciones hemos sido niños y eso conlleva haberlo vivido, en su momento, con la liviandad
que da los tiernos años donde todo se reduce a juego. Luego, con el tiempo,
será otra cosa.
La
niñez da cobijo a la edad adulta o la impele a una restauración forzosa.
Nadie
puede decir que el adulto que es no viene determinado por la infancia que gozó
o sufrió. De alguna manera, la impronta de la felicidad o la desgracia queda en
el alma.
A
veces, se construye un adulto que lleva la contraria al natural
desenvolvimiento de las emociones vividas y resulta que de un ambiente
desgarrador sale una persona deliciosa. Otras, la suerte no es la misma.
Conozco
personas muy cercanas que han necesitado años de terapia por haber creído o
apreciado que el amor de sus madres no era el suficiente.
Algo
que parece tan obvio, tan natural y tan sencillo como es amar a un hijo se
convierte, para algunos pequeños, en un infierno para el resto de los años. Y
es que una cosa es amar y otra “expresar el amor”, demostrarlo y hacerlo vivo a
cada instante.
No
hay que enseñar a ser padres. Es algo natural y espontáneo. Sin embargo,
desgraciadamente, el modelo de relaciones que tenemos con los hijos e incluso
con la gente que nos rodea, proviene de lo vivido como niños. Lo peor es que a veces repetimos los esquemas de origen,
aunque los odiemos.
Tengo
unos magníficos recuerdos de mi niñez. Si tuviese que definir este pasaje de mi
vida con una palabra sería “calidez”.
Algo
así como meterse entre las sábanas recién planchadas, el olor a pan acabado de
sacar del horno o el aroma a tierra mojada en el verano.
Supe
lo que era estar abrazada por el amor. Valorada y estimulada para avanzar y ser
mejor.
Es
un lujo que agradeceré siempre.
Sin
embargo, las personas que no han tenido esa suerte tendrán, otra, seguro. La
suerte de cruzarse en su vida con el producto de un amor expresado que arropa y
que a su vez genera miles de esporas amorosas envolviéndolo todo.
El
privilegio de tener a su lado personas que saben multiplicar el afecto hasta el
infinito y que tocan con sus manos el frío de otros corazones.
Las
personas más importantes de nuestras vidas a veces no coinciden exactamente con
la familia o se añaden a ella.
Provengas
de donde provengas, hayas pasado lo que hayas pasado cuando eras niño; éste
protegerá al adulto que eres y sabrá alzar sus brazos hacia las personas amorosas
que lleguen hasta ti.
No
hay otra forma. Amar siempre implicar aumentar. Amar nunca divide y si lo hace,
no es amor. Habrá que ir buscándole otro nombre.
Que
una infancia diferente no te impida recibir todo el amor que llegue a ti para
volver a darlo multiplicado. Es la única forma de sanar tus recuerdos, de sanar
tu alma.
De
sanarte a ti.
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