Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 5 de agosto de 2014

EL BUSCADOR



Esta  es la historia de  un hombre al que yo definiría como un buscador...
un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es  alguien que, necesariamente, sabe que es lo que esta buscando, es simplemente alguien para el que su vida es una búsqueda.
 
Un día el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de  Kammir. El había aprendido a hacer caso rigurosos a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de si mismo, así que dejo todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.  Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores, la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada.
...Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.
 
De pronto sintió que se olvidaba del pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de ese paraíso multicolor.
Sus ojos eran de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre alguna de las piedras, aquella inscripción...
 
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.
 
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra era un lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.
Mirando  a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía
 
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses, y 3 semanas.
 
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba.
Una por una empezó a leer las lápidas.
Todas tenían inscripciones similares : un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años...
Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
 
El cuidador del cementerio, pasaba por ahí  y se acercó.
Lo miró llorar por un rato en silencio, y luego le pregunto si lloraba por algún familiar.
 
- No ningún familiar _ dijo el buscadora : ¿ qué pasa con este pueblo ?, ¿ qué cosa tan terrible hay en esta ciudad ?, ¿ por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar ?, ¿ cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos ? ! ! ! !
 
El anciano sonrió y dijo :
- Puede Ud. serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré....
Cuando  un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello.
Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella :
         a la izquierda que fue lo disfrutado...
         a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
 
Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿ Cuanto tiempo duro esta pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿ una semana?, ¿ dos?, ¿ tres semanas y media?...
Y después... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿ cuanto duró?, ¿ el minuto y medio?, ¿ los dos días?.
¿ Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?....
¿ y el casamiento de los amigos...?
¿ y el viaje más deseado...?
¿ y el encuentro con el hermano que vive en un país lejano...?
¿ Cuanto tiempo duró disfrutar de estas situaciones...?
¿ horas?, ¿ días?
 
Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... cada momento.
Cuando alguien se muere,
es nuestra costumbre,
abrir su libreta
 y sumar el tiempo de lo disfrutado,
para escribirlo sobre su tumba,
porque ese es, para nosotros,
el único y verdadero tiempo VIVÍDO.                                           
 
Jorge Bucay

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