Tengo
la sensación de que venimos a esta experiencia humana a experimentar, a poner
en práctica lo sabido, a unir ambas cosas y a crear emoción a partir de su
simbiosis.
Nunca
he creído en la teoría, promulgada por J. Locke, que proponía que el niño llegaba a la vida como una “tabula rasa”.
No
puedo creer que no traigamos nada dentro, de otro modo ¿cómo conectaríamos de
inmediato con lo que nos emociona, con lo que mueve el corazón o el ánima?,
¿cómo explicar el por qué de las habilidades que se demuestran de muy niños
hacia algo concreto?, ¿de qué forma comprender las diferencias que nos imprimen
carácter desde la cuna aunque hayamos compartido mesa y mantel con nuestros
hermanos?.
La
emoción es el resultado de aplicar la sabiduría del corazón a la experiencia
que protagonizamos. Hemos llegado cargados de proyectos de vida, de sucesos por
experimentar, de circunstancias que padecer o gozar y hemos decidido hacerlo en
primera persona para vibrar en cada segundo de los que estamos aquí.
No
me quiero perder nada de lo que aquí me corresponda y en esa decisión va mi
voluntad íntegra para comprometerme con la vida y con sus resultados. Quiero
empaparme del gozo, saborear su delicioso gusto y pulsar las cuerdas de la
mejor melodía en esos momentos sabiendo que soy feliz; pero también quiero que
en los instantes de sufrimiento sea capaz de comprender el significado del
dolor y someter a él mi orgullo, la soberbia o la prepotencia al darme cuenta
que nada significan cuando uno sufre.
Hacerme
cada vez más humana desde la chispa divina que me anima. Ser capaz de comprender
más, de ser más compasiva, de estar dispuesta siempre con el amor en la mirada
y la paz en las manos.
Decidida
a tener menos y sentir más, a estar bien y ser aún mejor. En ese punto me
encuentro. Intentándolo. Consiguiéndolo…a días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario