Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 13 de octubre de 2013

DARSE TIEMPO...

¿A quién le pueden gustar las despedidas?. Solamente cuando lo que se va te hace daño podemos pensar que lo despedimos con entusiasmo. En el resto de las ocasiones, despedirse es dejar en manos del que se va un trozo de ti, más importante cuanto más ames lo que se aleja.
         Muchas veces hay que marchar. Tenemos que retirarnos para tomar aliento o ir a otros lugares en busca de él. Pero eso no significa que olvidemos lo que amamos. A veces es precisamente por amarlo tanto por lo que debemos parar.
         Marchar, huir, detenerse o perderse no son sinónimos.  Podemos huir sin saber dónde, despavoridos y sin rumbo. Podemos detenernos para reflexionar, retomar fuerzas y seguir el camino con más ilusión que antes. Podemos perdernos para que no nos encuentren y dejar así, de lado, los problemas que nos ligan a unas personas y situaciones determinadas. Podemos simplemente marchar en paz para traer más paz aún a unas circunstancias turbias, necesitadas de sosiego.
         La pena siempre queda en el que no marcha. En el que espera el regreso, si es que lo hay, pero sobre todo en quien tiene que  sufrir la ausencia y el vacío de no tener lo que antes llenaba su vida.
         Despedirnos es un rito en el que anunciamos el dolor de estar “sin”, de no contar “con”, de perder “la” ó “el”…en definitiva, enfrentar el desafío de no saber si lo que se va volverá a ti.
         No me gustan las despedidas, ni siquiera el eufemismo de decir  “hasta luego” por “adiós”. Prefiero un beso, una sonrisa y un abrazo mucho antes del final, mucho antes de la partida y mucho antes aún de nombrar la marcha, porque tal vez con esas tres acciones, no la haya.
         Darse un tiempo equivale a despedirse dentro de un paréntesis. Quedar pendiente de algo y esperar que la cosecha madure. Lo peor es si en las lluvias que han de llegar aún, nos sentimos solos y no está la otra mano para ayudarnos a pasar el riachuelo. Entonces revolveremos en el baúl de los recuerdos y sacaremos el mejor de todos. Tal vez así, podamos recomponer nuestra historia.

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