Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 15 de octubre de 2013

ACARICIANDO A MI GATA



Una de los signos expresivos de afecto más deliciosos son las caricias. Es un acto de amor inmenso, de pura entrega, de incondicional y pleno deseo de que la otra parte sepa cuánto se le quiere. Y Lo mejor de todo es comprobar el efecto que tienen y la respuesta que se desprende ante ellas.
Recibir caricias es algo magnífico, pero también enredar los dedos entre los poros de la piel o la mirada en las pupilas de quien las recoge.
Todos necesitamos ser abrazados, acariciados y estimulados con el contacto. Estamos en la cultura del “perdón” y la petición de excusas por cualquier mínimo roce o choque con un desconocido y sin embargo, muchas personas, no dudan en pisar a los demás, pasar por encima de ellos y atropellarlos si lo que hay como recompensa es un beneficio propio, sean desconocidos, próximos e incluso familiares.
Mi gata me miraba hoy de forma especial. Ha estado gran parte del día sola dentro de su silencio y su quietud. He llegado hasta ella y me ha dedicado una deliciosa mirada en la que me pedía cercanía. Es una gata independiente y despegada. Sin embargo, siempre hay un momento en el que pedir una caricia que abandere todo el amor que se siente directamente inoculado en la piel. Y ella me lo ha agradecido con un ronroneo ronco, cálido y suave que me ha satisfecho plenamente.
Mientras la acariciaba, pensaba por qué no lo hacemos más a menudo con quienes amamos, con aquellas personas que queremos de verdad, con quienes suponemos que estamos cumplidos sin hacerlo y en verdad lo necesitan, como lo necesitamos nosotros, como lo precisan todos.
Es una época muy extraña la que vivimos. Demasiada prisa, demasiadas preocupaciones, demasiados condicionantes, demasiados prejuicios, demasiadas metas, demasiadas exigencias y poco afecto, pocos besos, pocos abrazos, pocas sonrisas, pocas palabras bonitas y aún menos caricias.
Estoy segura que en el placer de acariciar está también la satisfacción de encontrar la respuesta agradecida de quien tiene sed de afecto y se queda inmóvil sin decir nada. No es necesario que nos las pidan. Es fácil, solamente hay que extender la mano suavemente sobre la piel del otro y dejarse llevar por lo que siente.

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