Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 19 de septiembre de 2013

BONDADES Y MALDADES DEL AUTOENGAÑO

El autoengaño tiene una nefasta literatura. Lo primero que sentimos cuando leemos la palabrita es la estupidez de padecerla. Cuando nos engañamos a nosotros mismos solemos, en un principio, no ser conscientes. Uno actúa de una forma determinada en la que se encuentra, cuando menos, cómodo y continúa hacia delante sin prever las consecuencias.
         La verdad es que el autoengaño tiene dos caras opuestas. A veces nos regala bondades; otras amarguras.
         Es fácil engañar a la mente. Hay muchos trucos en los que somos expertos. La forma de razonar la dirigimos nosotros y, cuando la situación lo requiere, reconducimos las sendas por donde debe discurrir. Lo que ya no es tan fácil es engañar al corazón y por eso, después de comprobar los resultados de nuestras decisiones, acabamos deslizándonos por la cuerda floja que une sus bondades con sus maldades.
         A veces, auto engañarnos nos deja tranquilos, si las consecuencias de ello no nos perjudican sobremanera. Es una forma de pasar por las dificultades, más liviana, de conseguir tranquilidad ante lo inevitable que nos preserva de la locura o de desastres semejantes en nuestro equilibrio. Otras, sin embargo, es el propio autoengaño el que nos deshace.
Calibrar cuando es la ocasión idónea para cada tipo de autoengaño es todo un reto. Una especie de juego peligroso en el que casi siempre salimos mal parados.
Uno puede auto engañarse cuando ha sufrido una pérdida irreparable, cuando la autoestima está en juego a la baja, cuando hay que confiar en uno mismo por encima de la debilidad que sintamos; entonces sí. Los mensajes, en este caso, que debemos imprimir en nuestro cerebro siempre han de ser positivos y a favor de nuestra persona, por mal que se presente el estado interno y externo.
Este es una especie de autoengaño bondadoso. Pero cuando corremos peligro verdadero es cuando lo que tratamos de creer nos perjudica y nos sumerge en un fango cada vez más profundo y farragoso. Entonces, mejor quitarnos la venda y abrir los ojos…por mucho que moleste la luz que penetre, siempre será menos que el daño que nos hace creer en quien o en lo que no es digno de nuestra confianza y nuestro afecto.




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