Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 4 de noviembre de 2011

MÉDICO PARA EL ALMA

De vez en cuando, el alma enferma. Y lo hace para avisarnos de que no estamos  amando bien y estamos dejando llegar hasta ella las toxinas que se inyectan a través de la mala gestión de nuestras emociones. La enfermedad del alma es compleja de diagnosticar y se confunde, en muchas ocasiones, con demencia, locura y depresión. Nada más lejos de lo que la sucede cuando está convaleciente. Los síntomas se acercan a la melancolía y a la tristeza pero la enfermedad no son ellas mismas. Uno no sabe cómo comienza porque lo hace calladamente, en un suspiro y con un susurro bajito al que apenas damos importancia. Cuando algo llega a nuestro corazón y lo lastima, abre una fisura peligrosa que es necesario restablecer para que no se escape, a través de ella, la esencia del bienestar, la paz y la serenidad que habita en el corazón en momentos de calma. A veces solo se trata de un rasguño insignificante pero capaz de dejar pasar la ponzoña del desamor que lleva, casi siempre, las palabras mal dichas o los sentimientos dañinos. No podemos llamar al médico. No es él quien va a curar nuestro equilibrio perdido. Pero si debemos poner remedio para no caer en una enfermedad incurable. Aquella que nos relegue a la más absoluta incomprensión porque cuando la que está enferma es el alma, nadie lo entiende y a toda costa quieren somatizar los síntomas y encajarlos en una patología clínicamente diagnosticada. Eso no sirve y lo sabemos por experiencia.
Basta pararnos. Preguntar bajito, en nuestros adentros, qué sucede…como si tuviésemos delante un bebé sollozante cuya única actitud fuese tendernos los brazos para recibir la más tierna y tranquilizadora caricia. Ella nos va a responder. Hay que escuchar, atentos, porque de su respuesta depende la estrategia que llevará a la sanación. Puede que lo que la hiciese enfermar fuesen las palabras o las acciones de otra persona. En ese caso determinaremos si esa persona pertenece a nuestros afectos o es ajena a ellos. Y de cualquier forma, lo primero que debemos hacer es “comprender” en qué lugar, momento y situación espiritual se encuentra dicho ser porque tal vez esto nos dé la clave para apartarnos serenamente del dolor que nos ha producido y dejarlo fuera de nosotros, aparcado en la simple opinión de quien nos es ajeno. Si lo que nos somete es la falta de ilusión por la vida, no hay otro medio para reaccionar que gozar del momento; de ese aquí y ahora que puede con todo. Y reconocer que es un privilegio gozar de la existencia, con todo lo que conlleva, porque para perderla tendremos toda la eternidad. Abrazarnos a los sueños y tenerlos como almohada sirve también para bajar la fiebre, eliminar la tos y devolvernos los colores del día.
No hay médico para el alma ajeno a nosotros mismos. Basta con hacer un hueco al silencio interior y allí, a solas con ella, bailar gozosamente la mejor danza que hayamos escuchado nunca: el rítmico y acompasado palpitar de nuestro corazón que celebra a cada instante que estamos vivos.

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