En muchas ocasiones oímos reiteradas alusiones a estos términos que parecen dicotómicos, enfrentados y superpuestos. Se cuestiona si la lealtad es preferible a la fidelidad. Si realmente van separadas, si solamente juntas se entienden o si nada tiene que ver la una con la otra.
Pareciese que la lealtad fuera un término más amplio, profundo y duradero que se extiende más allá de las relaciones bipersonales, que perdura en el tiempo como el tesoro más deseable y que está por encima de la fidelidad, más pasajera o destructible en cualquier momento.
Sin embargo, no creo que puedan desligarse. ¿Se puede ser leal sin fidelidad, se puede ser fiel sin lealtad?. Si respondemos afirmativamente, a la primera cuestión es que la estamos ligando al sexo el cual puede constituir, por sí mismo, un capítulo aparte desligado del amor. Evidentemente, esto puede ser muy discutible también, pero al menos posible. No puedo pensar, sin embargo en una fidelidad sin lealtad, porque lo segundo engulle al primer término.
Lo mejor sería que ambos conceptos fuesen de la mano. Que si te soy fiel, cómo no, también te soy leal y lo contario. Lo que sucede es que el término fidelidad está demasiado contaminado por las relaciones de pareja en exclusividad y cuando nos referimos a él, en ello pensamos. La lealtad la dejamos para relaciones más amplias y genéricas donde el compromiso se vuelve traición al ser roto, pero no una traición celotípica y enmarañada, como puede pasar ante una infidelidad, sino una felonía que pasa a ser delito por la impronta sagrada de honorabilidad, honradez y nobleza que conlleva.
Sigo pensando que ambos conceptos van ligados y que debemos valorarlos juntos. Que si rompes tu compromiso de fidelidad, también destruyes la lealtad que supuestamente has volcado en la persona/s que, en su momento, lo merecían. Pero cuidado, porque algunas veces lo que destruimos es la propia credibilidad ante nosotros mismos y el mal es propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario