La mejor espontaneidad está en la infancia. La persona adulta que cuida a un bebé o que se acerca a él, le imita, cambia la voz, la mirada… Eso quiere decir que cuando uno es auténtico comenzamos a influir en la vida de otros, a crear un ambiente determinado y a crear un entorno sano.
Cuando crecemos cambiamos tanto que sucede lo contrario. Nos dejamos influir, tratamos de seguir los patrones y pautas que otros nos dan para agradar, para no ser regañados, para cumplir las expectativas de los demás y así dejamos de ser auténticos, nos perdemos en lo que el resto quiere que seamos y nos cuesta mucho trabajo definir lo que por nosotros mismos queremos ser.
Cuentan que…”Gandi estaba meditando cuando una señora y su hija llegaron hasta él para pedirle ésta que hablase a su hija con el propósito de que dejase de comer tanta azúcar. Gandi le respondió que le dejasen dos semanas y volviesen al cumplir ese tiempo. Cuando ellas volvieron, le indicó a la niña indicó los daños del azúcar en el cuerpo y a la niña de repente lo acepta y se disponen a marchar. La madre le pregunta sorprendida por qué esto mismo no lo había dicho hace dos semana y les había hecho volver. Gandi le responde:… Porque hace dos semana yo comía mucha azúcar, pero entonces decidí dejar absolutamente el azúcar y ahora que he hablado con ella, tengo la autoridad de decir que no tome azúcar porque yo mismo no la estoy tomando; entonces, mis palabras tienen fuerza y no son solo palabras.”
Por eso, cuando tenemos la convicción de algo porque lo vivimos, no hace falta que demos un consejo, porque nuestras palabras tienen la inspiración de nuestros actos y eso se transmite.
Revisa tu vida. ¿Estás conectado con tu autenticidad?¿proyectas lo que eres?¿Tus palabras son tus actos?¿ Eres auténtico/a?... párate y obsérvate. Toma decisiones si no es así, porque cuando conectas con tu autenticidad, tu felicidad aumenta y sobre todo, tu seguridad en ti, tu fidelidad a ti y despertarás la mayor autoestima y autorrespeto hacia ti.
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