Dice, nuestro conocido Risto Mejide que madurar es “aprender a despedirse”, que lo estamos haciendo desde que nacemos con las múltiples personas, animales o cosas que nos acompañan en este camino nuestro de la vida de cada uno y que cuando uno sabe, realmente, decir adiós sin morir en el intento es el momento en el que descubres que has crecido, que puedes seguir vivo sin derrumbarte a pesar de lo que pase.
No es fácil, nunca, las despedidas de los seres que amas pero, en ocasiones, separarnos de alguien porque no hay otro remedio, y la vida así lo decide, es mejor que saber que se van de ti sin razones ni remedios.
El cerebro siempre intenta sobrevivir a las desgracias. Siempre nos lleva hacia delante y descubre estrategias para conformar a nuestro corazón.
Estamos entregados a la vida. Estamos para ser felices y llevar dentro de nuestra alma la felicidad que otros seres nos han dado. Estamos llenos de la energía y la luz que otros dejaron en nosotros y nosotras como polvo de estrellas luminosas que permanecen junto a nuestro discurrir, siempre.
No hay manuales para aprender a vivir. No hay manuales que nos enseñen a continuar con el dolor. No los hay para remediar las desgracias o para transformar la desilusión en alegría. Pero es la propia vida la que enseña a vivir y también nos ayuda en ese final que tenemos, cada vez más cerca, y al que todos y todas nos dirigimos inexorablemente.
Porque despedirse no siempre significa decir “adiós”. Porque será como cada uno quiera dentro de su corazón y nadie ni nada podrá impedir nunca que los lazos que te unieron con lo que se va, continúen en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario