Nunca me han gustado las cadenas de intenciones, que ya estaban circulando hace mucho tiempo un formato no digital.
Amenazas del divino si no se perpetuaba el movimiento de las mismas entre los amigos/as. Ultimatos y peligros si se rompía la sucesión de los envíos. A mi nunca me gustó el contradictorio mensaje que encerraban. Por una parte, se copiaban frases de cierta belleza y calado moral y por otra, la condena eterna si se paralizaba el engranaje.
Lo de ahora es distinto pero también tiene algo de absurdo.
Llegan a nuestro teléfono arbolitos, bolas brillantes y estrellas fulgurantes. Reenvíos de reenvíos. Nada personal. Una frase estereotipada que alguien puso en circulación, dios sabe cuándo, y que recibimos como si fuese un mensaje personal directo al corazón.
No entiendo las copias de copias. No se trata de ser original, sino de ser cercano. Me gustan las cuatro palabras que alguien me dirija de manera personal. Pensando en mí. Gastando dos minutos más para que sepa sus sentimientos y los que me desea. Un tú a tú que valga la pena abrir, como nos sucedía con las tarjetas navideñas de antaño.
Ponlo en práctica. No te diluyas en mensajes genéricos que nada dicen de ti, ni nada se encamina a la otra persona.
Escribe tres o cuatro palabras, pero desde el centro de tu corazón.
Eso es parte del auténtico espíritu de la Navidad.
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