Hay
empeños que son vanos. Creemos en ellos porque eso nos da bienestar. Porque nos
asegura la felicidad que nos hemos prometido a nosotros mismos o porque,
simplemente, no queremos derrotas en nuestra vida.
Escuché
una conferencia sobre la niñez y la importancia de los afectos en ella, ayer.
“Las
personas cambian”. Esta aseveración tan controvertida tiene su respuesta en la
infancia. En los modelos de conducta vistos de cerca, en las ausencias y falta
de cariño, en lo extremo de las situaciones que tienen que vencerse. Y en el
miedo invisible que cala en las entrañas
del niño, manifestándose después de formas muy distintas en adultos
disfuncionales.
Las
personas nos adaptamos, recomponemos estrategias de conducta, superamos, como
podemos, traumas enquistados y salimos a flote con diferentes apoyos que el
mundo nos va poniendo a nuestro lado. Pero la niñez marca mucho. Negarlo es
estúpido o responde a un afán por no querer ver lo que uno es y cómo se
comporta.
Hay
personas camaleónicas que parecen siempre estar bien. Que se acomodan al
terreno que pisan para ser uno más o, mejor dicho, para ser el más. Es una
buena estrategia para triunfar socialmente pero tiene el peligro de esconder
tanto lo que somos y cómo somos que nunca nos reconozcamos, ni
responsabilicemos, ni nos compadezcamos, ni asumamos ninguna acción indebida por
catastrófica que ésta sea.
Pensar
que podemos cambiar es una ilusión de la mente. Nadie cambia.
No cambiamos la estructura profunda de la conducta, el esqueleto del edificio
que se forjó bajo presiones, faltas de respeto, anulaciones, ninguneos o
maltratos del tipo que sean.
No
cambiamos los pilares del muro pantalla que en el momento de construir nuestra
conciencia transmitieron, o no, resistencia para soportar sanamente el peso de
los fracasos y errores en el corazón.
Por
eso, es tan importante cuidar la niñez. Tan importante saber que el niño que
fuiste es el adulto con el que te encuentras, del cual tal vez estés orgulloso
porque sigues sin poder o querer ver las carencias que vienen de tan lejos y el
daño que causan a su paso.
Hay personas que solamente marcan
líneas rojas en la arena y de un soplo las eliminan sin atender a los afectos,
a los compromisos o a los profundos dictados del corazón. Con el tiempo, todo
eso pasa factura y termina pesando demasiado.
Solamente
el amor sana. Lo peor es, quizás, que ni éste se sabe apreciar cuando no se
conoce.
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