La mayoría de las
veces ponemos el valor en los demás, en lo otro, en el de enfrente, en el
vecino, en el amigo o en el enemigo. En cualquiera menos en nosotros.
Nos parece que no
somos suficientemente capaces, que no llegamos, que nos falta algo o mucho, que
nunca seremos igual en las comparativas que nos hacemos en la cabeza.
Nos estimamos poco
y en poco.
Posiblemente, nos
enfocamos en lo equivocado de nosotros que otros han señalado cuando éramos
pequeños, o tal vez hayamos vivido en una eterna competencia con los demás
desde una posición en la solamente hemos mirado hacia arriba.
El valor que reside
en cada uno es un tesoro por descubrir, pero no puede hacerlo cualquiera debemos
ser nosotros quienes nos embarquemos en
la aventura de dejar ser quienes somos, de abrir nuestra mente, de comenzar a
actuar como nos hace sentir bien y mejores.
Entonces no importará
nada lo que opinen los demás y seremos impermeables a sus críticas y sus
halagos; porque ambas cosas pueden tener el mismo efecto devastador.
Veamos este cuento
en el que, al menos, de ser valorado por alguien diferente a ti mismo, lo seas
por alguien que merece ser digno de esa evaluación.
Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.
- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo
fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy
torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro? ¿Qué puedo hacer para que
me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver
primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí,
yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- Encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era
desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el
dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó:
.-Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado.
Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él
la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y
regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el
anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven
decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de
oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan
amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era
muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un
cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una
moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el
mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y
regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro!
Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y
recibir entonces su consejo y su ayuda.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me
pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo
pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente
el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a
montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras
vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca,
no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz
del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo
darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.
- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener
por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo
sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como
este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte
verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera
descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de
su mano izquierda.
(J. Bucay)
No hay comentarios:
Publicar un comentario