Lo
he pensado muchas veces. No tiene la
misma carga potencial de acción, compromiso, entrega o empeño la respuesta
afirmativa que la negativa.
Para
muchas personas, decir No es un imposible. No han aprendido a poner límites.
Actúan desde la aceptación y el reconocimiento de los demás y sobre todo, lo
que no quieren es su rechazo.
A veces, es tan intenso este sentimiento que
poco importa que a la persona que se le debe decir NO sea desconocida. Hay un
miedo irracional a que la otra parte piense que ofendes, que puedes dañar o que
pueden despreciarte.
Por
el contrario, hay gente que solamente sabe decir NO a todas las horas y por
sistema. Si antes podíamos apreciar una falta de autoestima, ahora una sobra de
prepotencia.
No
quieren aceptar otras propuestas nunca, en primer término, porque eso equivale,
para ellas, a someter su voluntad, a sentirse manipuladas por la decisión de
otro, aunque sea acertada, y sobre todo a pensar que no tendrían valor si cualquiera
pusiese decirles cómo hacer algo.
Por
otra parte, las personas que dicen SI se comprometen. Aceptar lleva a la
necesaria implicación en lo que sea y supone embarcarnos en la aventura de la
acción.
Deberíamos
pensar con cuidado la respuesta que hay que dar en cada momento. No siempre es
SI; tampoco siempre es NO. Ni debemos darnos por completo, ni debemos rechazar
por sistema.
En
realidad, siempre hablamos del equilibrio. De la necesaria estabilidad que deja
en armonía tanto el cuerpo como la mente.
Decir
Si supone mucho. Abre posibilidades, promueve la creatividad, permite avances,
logra encuentros, favorece la vida.
Decir
NO cierra puertas, encoge y retira. Inmoviliza y detiene. Termina con la acción
y denuesta la voluntad.
Pero
en realidad, ni uno ni otro es bueno si no se saben aplicar en el momento
adecuado.
La
vida es una escuela de prácticas. Ella te va a indicar cuándo hacerlo mejor;
poco a poco, a base de ensayo-error.
En
conclusión, aprendiendo de las equivocaciones que al fin y al cabo son siempre,
sin lugar a duda, una oportunidad de mejora.
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