Nos han educado para ser buenos. Te insuflaban toda clase de sentencias
en las solamente se consideraba a los demás.
“Tienes que ser bueno”, “no molestes a los demás”, “que nadie diga
que eres tú el culpable”, “ayuda a los demás”…deseos, imposiciones, sugerencias…que
iban calando en cada sensibilidad de forma distinta.
No en todos cae igual la semilla; no siempre el resultado es el que
se pretende y tampoco sé si es el adecuado.
Nos enseñaron a “cuidar”
a los demás, a “cuidar” la imagen, a “cuidar” el lenguaje, a “cuidar” el tono,
las formas, las maneras y los modos, y ahora tenemos que desaprender.
No es que esté mal
tener en cuenta las buenas palabras de padres, profesores y otras personas, que
en nuestra infancia se encargaban de poner las bases del adulto que seríamos,
pero lo cierto es que se olvidaron de decirnos que nosotros importábamos, que
estábamos ahí para ser fuertes, estar comprometidos con nosotros mismos, ser agradecidos, valientes y sobre
todo, querernos; querernos mucho para no tener que depender de otros afectos en
los que quedemos atrapados sin poder gestionarlos desde una dimensión sana.
Se olvidaron de que
aprendiésemos a ser personas seguras, con criterio, con carácter y con
capacidad de trascender aquello que nos viene mal, que no nos hace felices o
que destruyen nuestra estima.
Se olvidaron de hacernos
sentir valiosos, de educar desde el refuerzo positivo, de enseñarnos a tomar
decisiones, de aprender a decir No o a defender nuestro Sí.
Estamos entre dos
aguas. La vida serena, rutinaria, llena de normas respetadas, de sentimientos
encogidos, y de deseos reprimidos o la emocionante existencia que brinca entre
la rebeldía de saltarse las normas y la inquietante sensación de no saber qué
pasará ante determinas decisiones que rayan en lo desbaratado.
Optar por un modelo
de personalidad no depende de nosotros porque en realidad nacemos con una
predisposición que nos hace tomar la realidad a nuestro modo. Y no hay madre,
padre, maestro o cura que pueda remediar lo que los genes traen consigo.
Todo tiene su precio
y si a la vida rutinaria le sigue la factura del tedio, a la azarosa le
acompaña la del desasosiego.
Pero por debajo de
cualquier estilo de encarar la vida me quedo con seguir siendo buena persona.
De esas que no se preocupan del qué dirán, pero tampoco se meten en la vida de
nadie.
¿Cómo te ves tú?
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