Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 23 de enero de 2019

HUELLAS, CICATRICES Y OTRAS HERIDAS…


Nada pasa por que sí, nada de lo que nos sucede nos deja indiferentes y mucho menos en cuestión de enfados, rabias, iras y decepciones.

Efectivamente las personas, muchas veces, después de estos encontronazos vuelven a hablarse, se sonríen e intentan comportarse como si nada hubiese pasado…pero la realidad es otra. Las palabras que se escuchan, se recuerdan, lo que se quiebra no vuelve a recomponerse de la misma forma, los desencantos van tejiendo una tela de cota que endurece el sentimiento. Nada vuelve a ser igual y mucho menos si no hay arrepentimiento y cambio de conducta.


 Resultado de imagen de huellas y cicatrices
Hay personas que nunca se creen responsables de sus actos; incluso que se niegan la realidad para protegerse de sus consecuencias. Y viven como en un eterno sueño donde son ellos los que colocan las piezas del rompecabezas que ellos mismos desordenan.

Lo cierto es que poco a poco van quedando marcas. Hoyos diminutos por donde se escapa la confianza, los afectos y la ternura.

Nada es banal. Ninguna de nuestras acciones y de nuestras palabras cae como una pluma sobre la piel. 

Tengamos cuidado de lo que decimos y hacemos por si mañana los que servimos como yunque somos nosotros.

Os dejo un breve y conocido cuento que nos ayudará a entenderlo.

…“Se cuenta que un niño estaba siempre malhumorado y cada día se peleaba en el colegio con sus compañeros. Cuando se enfadaba, se abandonaba a la ira y decía y hacía cosas que herían a los demás niños. Consciente de la situación, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le propuso que, cada vez que discutiera o se peleara con algún compañero, clavase un clavo en la puerta de su habitación.
El primer día clavó treinta y tres. Terminó agotado, y poco a poco fue descubriendo que le era más fácil controlar su ira que clavar clavos en aquella puerta. Cada vez que iba a enfadarse se acordaba de lo mucho que le costaría clavar otro clavo, y en el transcurso de las semanas siguientes, el número de clavos fue disminuyendo. Finalmente, llegó un día en que no entró en conflicto con ningún compañero.

Había logrado apaciguar su actitud y su conducta. Muy contento por su hazaña, fue corriendo a decírselo a su padre, quien sabiamente le sugirió que cada día que no se enojase desclavase uno de los clavos de la puerta. Meses más tarde, el niño volvió corriendo a los brazos de su padre para decirle que ya había sacado todos los clavos. Le había costado un gran esfuerzo.

El padre lo llevó ante la puerta de la habitación. “Te felicito”, le dijo. “Pero mira los agujeros que han quedado en la puerta. Cuando entras en conflicto con los demás y te dejas llevar por la ira, las palabras dejan cicatrices como estas. Aunque en un primer momento no puedas verlas, las heridas verbales pueden ser tan dolorosas como las físicas. No lo olvides nunca: la ira deja señales en nuestro corazón”.

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