Nunca
estamos preparados para perder a lo que amamos. Nunca para decir adiós. Nunca
dispuestos a la despedida. ¡ Cuánto daríamos por tener otra oportunidad más!.
Por volver a sentir de nuevo aquella mirada sobre nosotros, por sentir el abrazo
que nunca cansa, el que protege.
Cuando
pienso en algunas personas que he perdido y que amaba profundamente me dan
escalofríos. Cuando pienso perder otras que están en mi vida me parece situarme
frente a un abismo.
Nunca
somos mayores del todo porque en realidad…¿ qué es ser mayor?.
Ser
mayor siempre obliga. A tener responsabilidad, a asumir culpas, a pagar deudas,
a compensar defectos, a superar miedos, a revertir fracasos, a guardar
secretos, a aguantar penas o a sufrir en silencio, entre otras muchas cosas.
Cada
vez se alude más al niño interior. A ese que no ha dejado de existir o que se
niega a crecer.
El
niño que vive dentro reclama mucho. Mucho afecto, mucho respeto, muchos juegos,
mucha ternura, mucho diálogo, mucha risa, mucho sueño, mucha verdad.
El
conflicto surge cuando no le hacemos caso porque él sigue existiendo y se hace
presente.
Ese
niño también está lleno de miedos. Miedo a lo desconocido, a no saber tratar la
rabia, al daño que otros puedan hacer en el alma, a equivocarse y ser
castigado, a los errores que descuentan, a los castigos injustos y al desamor.
Solamente
hemos de darle voz. Dejar que se exprese y hacernos cargo de él.
El
adulto que somos se encargará de atenderle, de escucharle y de mantener su
equilibrio. No hace falta que nos apoyemos en nadie del exterior para cuidar de
él.
Eso
sí, siempre viene bien que una mano amiga se encuentre disponible para
jugar con él y de paso poder divertirnos todos en el mismo juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario