“ Un campesino, que tenía madera para
cortar, no lograba encontrar su hacha grande. Recorría su patio de un lado a
otro, iba a echar un vistazo furibundo por el lado de los troncos, del
cobertizo, de la granja.
¡Nada que hacer, había desaparecido, sin
duda robada! ¡Un hacha completamente nueva que había comprado con sus últimos
ahorros! La cólera, esa breve locura, desbordaba su corazón y teñía su mente
con una tinta tan negra como el hollín. Entonces vio a su vecino llegar por el
camino.
Su forma de caminar le pareció la de
alguien que no tenía la conciencia tranquila. Su rostro dejaba traslucir una
expresión de apuro propia del culpable frente a su víctima. Su saludo estaba
impregnado de una malicia de ladrón de hachas. Y cuando el otro abrió la boca
para contarle las trivialidades meteorológicas habituales entre vecinos, ¡su
voz era sin lugar a dudas la de un ladrón que acababa de robar un hacha
flamante!
Totalmente incapaz de contenerse durante
más tiempo, nuestro campesino cruzó su porche a grandes zancadas con la
intención de ir a decirle cuatro verdades a ese merodeador ¡que tenía la osadía
de venir a burlarse de él! Pero sus pies se enredaron en una brazada de ramas
muertas que yacía al borde del camino.
Tropezó, atragantándose con la andanada de
insultos que tenía destinada a su vecino, ¡y se cayó de manera que fue a dar
con la nariz contra el mango de su hacha grande, que debía de haberse caído
hacía poco de su carreta! …
Un ladrón de hachas que sólo lo había creado él.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario