Es
cierto que todo cambia. Es verdad que la vida es impermanencia. Que por mucho
que nos empeñemos en atrapar épocas bonitas, situaciones deliciosas o momentos
inolvidables, se nos escapan de la mano como el agua en una cesta.
También
es cierto que ellos van componiendo nuestra biografía, nuestra especial
historia particular y que en ellos y a través de ellos, hemos ido creciendo,
con dolor unas veces, con dificultad otras y dejando un poco de nosotros en
todas.
Nuestro
núcleo personal, el adherido al alma, ese debe mantenerse y reconocerse.
Podremos
modificar conductas, podremos variar costumbres, podremos escalar barreras,
podremos romper muros pero siempre estará nuestra esencia formando parte de
nuestro paso por el mundo.
Ese
polvo estelar que nos configura es el que no hemos de perder de vista, porque
por encima y por debajo de todo, de lo bueno y de lo malo que hagamos; más allá
de lo correcto o lo incorrecto, incluso al margen de lo que se debe o no se
debe hacer…estará siempre la energía que fluyó hasta hacerse densa y tomar
forma de existencia.
Está
ahí. Hay que reencontrarse con ella. Emana de la fuente originaria del todo y
va de nuevo hacia ello. Es absolutamente sabia. Inmensamente poderosa.
Incalculablemente abundante.
Ella
lo sabe todo. Tiene todas las respuestas y ha pasado por todas las situaciones.
Ha sido rey y esclavo. Se ha perdido y vuelto a encontrar. Sabe del dolor y del
gozo. De la pérdida y el reencuentro.
Lo
sabe todo. Todo lo conoce ya.
Apenas
tengamos el verdadero deseo de desvelar su presencia acudirá en nuestra ayuda.
Pregúntate
a ti mismo. Vuelve a ti. Llega a tus adentros. Repliégate para expandirte. Lo
has hecho muchas veces. No hay nada nuevo ni aunque creas que tú si descubres.
No hay nada que descubrir. Se trata de recordar. De reconectar.
Por
eso cada vez me preocupo menos de lo que me sucede. No hay nada que temer. Ya
hemos pasado por todas las situaciones.
Muchas
veces.
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