Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 10 de abril de 2013

LOS SALVADORES DE OTROS



         Hay personas empeñadas en salvar a otros. Muchos se dedican a ser el instrumento idóneo para que se sostengan a flote los demás y en esa misión escatológica pierden las riendas del apoyo a los propios y a sí mismos.
         He conocido personas que tratan siempre de ponerse al servicio del bien, aunque no lo practiquen. Que siempre están dispuestas a tirar la cuerda al que se ahoga y preparadas, con los brazos abiertos, a recibirlas cuando lleguen a la orilla. Sin embargo, no se explica que su morada la tengan dispuesta con el más absoluto caos afectivo.
         Siempre que pienso en este tipo de personas que salvan, aunque los demás no quieran ser salvados, me acuerdo del maravilloso librito de R. Fisher: “El caballero de la armadura oxidada”.
         El protagonista salía cada día a rescatar doncellas. Se entregaba a esta tarea con tal vehemencia que se olvidaba hasta de sí mismo. Paulatinamente,  fue viviendo únicamente dentro de su armadura quedando aislado del mundo afectivo de su mujer y su hijo e impedido para relacionarse con el resto del mundo. El óxido de la armadura solamente pudo liberarse mediante las lágrimas que brotaron desde su corazón al pasar una serie de pruebas, en las que la soledad y el silencio recompusieron su interior.
         El mensaje de este libro, desde la primera página, no solo puede conmovernos, sino que también nos acerca a la idea de que salvar a otros nunca debe ser nuestro objetivo en la vida porque antes de nada hemos de mirar a nuestra casa y ver si somos nosotros los que tenemos que ser rescatados de la ausencia que dejamos ante los nuestros o del silencio a los que les sometemos.
         No podemos salir al mundo, armados de lanza y escudo, para enfrentar dragones en parajes lejanos. Ni debemos tomar como prenda la felicidad de otros antes de resolver la propia. No podemos regalarnos a otras personas, si las que viven al lado, y decimos amar, no nos poseen ni dejamos que lo hagan.
         Hay que comenzar por procurar lo propio para  compartirnos más tarde con el resto, porque en definitiva nadie puede dar lo que no tiene y solamente tenemos lo que somos.
         Llenemos de contenido el corazón y dejemos que los demás beban espontáneamente de nuestra fuente sin ir ofreciendo el agua a los que tienen sed y a los que no.
         Llega un momento, que de hacerlo así, ya no sabríamos si somos nosotros mismos o un espectáculo continuo que se proyecta indefinidamente en un espejo.
        

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