Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 25 de marzo de 2013

LA OBLIGACIÓN DE SER FELIZ



         A nadie nos enseñan a vivir. A nadie le dicen cómo tiene que  soportar los cambios de la vida, la inestabilidad del corazón o el miedo hecho hielo que se instala en el alma mientras crecemos. Nadie puede hacerlo, porque en realidad nadie podemos aprender sobre la íntima experiencia de otro.
         Sin embargo, pronto se encargan de enseñarnos que la vida es un valle de lágrimas, que amar duele, que jugar nos puede hacer daño, que si ríes también llorarás y que si todo te va bien llegará el momento en el que lamentes el placer.
Hay como una confabulación invisible en la que todo el mundo está de acuerdo para darnos una imagen oscura de la aventura de vivir. Poca gente te coge las manos y se arrima a tu cada con una sonrisa abierta y la mirada limpia y esperanzada para decirte:
…”Adelante!...tu eres muy valioso, podrás mucho más de lo que crees, serás capaz de amar y responderás con alegría y esperanza a los retos de la vida y a lo que ella espera de ti. No te acobardes, sigue adelante, levántate una y otra vez con la esperanza de aprender en cada subida…y sobre todo, ejerce el derecho que te asiste, desde que has llegado a esta Tierra, de ser feliz!”.
Efectivamente, este recorrido es breve aunque la vida sea larga; es apasionante aunque sea duro; es maravilloso, aunque sea amargo…porque no hay nada que suceda que no tenga su contrapartida. Nada que no nos devuelva un contrario. Nada que no nos compense a la larga.
         Sabemos que la existencia es como un boomerang, siempre retorna a nosotros con más de lo mismo que hayamos lanzado.
Yo no actúo bien por temor. Nunca he entendido en llamado “ temor de dios”, ni tampoco el concepto de “dios justiciero”, “ni el del demonio, el infierno o el castigo eterno”.
Los aprendizajes se hacen aquí, se pagan aquí y se gozan aquí. El bagaje resultante es el equipaje que nos acompaña al otro lado de la orilla. Un lado que no tiene bordes y que no diferencia los márgenes que delimitan el espacio ni el tiempo. Un estado diferente en el que nada puede llevarse a no ser todo lo que hemos ayudado a otros a ser felices mientras nosotros mismos lo éramos.
Por derecho cósmico, por necesidad terrena, por coherencia divina y por compromiso humano, la felicidad, nos pertenece.

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